Es por eso que Pingo –el perro que en la casa de ustedes se siente el amo- dice que los ciudadanos deberíamos aprovechar para acercarnos a los políticos demagogos (aclaro que ni él ni yo conocemos otro tipo) para hacer que aunque sea de a poquito cumplan por adelantado sus promesas.
Cuando el PRI era el rey y nadie le hacía sombra, desde la campaña el candidato a gobernador de ese partido recorría todos los pueblos de la entidad, cuyos habitantes aprovechaban para darle un pellizco a quien después sería gobernador.
El candidato, como siempre, ofrecía construir un puente aunque no hubiera río, pero muchos lugareños astutos le pedían una bomba de agua, artículos varios, un poco de tubería o material de construcción, alo que el hombre elegido no podía negarse.
De lo perdido, lo que aparezca.
Luego cambiaron los tiempos y los candidatos oficiales dejaron de tener sentido y, sobre todo, dinero para derrochar. Mientras, quien sería luego el triunfador de la contienda no pintaba como ganador y nadie le pedía nada, aunque él –generoso- les regalaba con un baile.
Pero por eso ahora Pingo propone tratar a los políticos a la antigüita, forzándolos a demostrar, así sea con cosas pequeñitas, su “cariño” por el pueblo. No es mal consejo.
Qué sepan que tendrán más posibilidades de lograr el voto aquellos que aflojen algo, ya se apara las escuelas, paras la organizaciones, lo que sea que se note y que sea real.
No sólo latas de jugo del valle y obscenidades de ese tipo.
Pingo, de que quiere, es buen asesor.