Sin embargo, el astuto can se pregunta cómo es posible que mientras los políticos hacen y deshacen entre sí y con los demás, los ciudadanos comunes y corrientes no les decimos nada, absolutamente nada.
El (Pingo) no puede votar, ya que no tiene credencial de elector, pero dice que quienes sí pueden hacerlo insisten en no estar concientes del poder que eso significa, por mucho que los partidos tengan amarrado a su favor todo el sistema legal, comenzando por lo electoral, por supuesto.
Desde que leyó un poco de Historia de México (inspirado en un anuncio de la librería Gandhi, afirma) él insiste que la estrategia para quebrar desde abajo los terribles planes que preparan los políticos de los principales partidos es necesario obtener niveles de votación superiores al 80 por ciento de los votantes, y no ahora que a duras penas se supera la mitad del padrón electoral.
Cuando hay una votación masiva, las estructuras del fraude se descomponen y es más posible que gane quien tenga que ganar y no aquellos que invierten en “ingeniería electoral”, como descaradamente le llaman a sus transas.
Dice que los humanos apenas estamos a tiempo de promover ese cambio de mentalidad, a fin de pasar de la indiferencia al entusiasmo por acudir a las urnas. Dice que no quedarán los mejores y quizá ni los menos malos, pero los resultados serán más optimistas y con mayores posibilidades de enfocarse a lo bueno y no a lo malo.
Pingo es necio, mucho. Así como insiste ahora en esa fórmula del voto masivo, también mantiene su vieja propuesta para castigar a los políticos corruptos: las castración.
Aunque le digo una y otra vez que eso no figura en el código penal, él ahora me salió con que sí está en la ley y me lo “demostró”, aunque en realidad lo que tenía en las patas era un viejo reglamento de algo que hablaba de la obligación de ejercer el control de la fauna nociva.
Veo que el audaz perro comienza a aprender de sus sujetos de estudio, los políticos, tan aficionados a darle la interpretación que mas les convenga a la ley.
Por eso trataré de que no salga tanto a la calle, no sea que de repente aparezca por ahí un famoso político con cara de dolor y con la mano en la entrepierna.