Ingenuo como sólo él puede ser, Pingo pensó que sería interesante conocer lo que él consideraba un simple proceso administrativo, que seguramente consistiría en que la gente con cierto interés por una candidatura llevaba sus papeles, se los revisan y les daban acuse de recibo.
Pero nuevamente se equivocó, porque en realidad se trató de una batalla de malas vibras, pensamientos negativos y malos deseos hacia el prójimo que electrizaron el aire y cargaron el ambiente.
Una parte muy pequeña de los que fueron a registrarse lo hicieron con la certeza de que serán los elegidos, porque suponen que tienen buenas relaciones en las alturas.
El resto se dividió entre leo envidiosos que van a seguir en el proceso para ver si les caen algunas migajas, y los ingenuos que no saben ni a lo que van, pero que van.
Pero al revolverse esas tres clases de criaturas, los observadores independientes como Pingo peligran, porque las patadas bajo la mesa y las puñaladas por la espalda vuelan sin rumbo fijo, a la espera de atinarle a alguien.
Fue un escenario, asegura Pingo, muy al estilo de la serie de televisión Spartacus, que muestra inacabables luchas entre gladiadores romanos que se dan con todo para obtener la “gloria” del triunfo, lo que equivale a ganar un día más de vida.
Y por sí Pingo no lo sabe –mejor dicho, no lo sabe- cuando estén en juego las candidaturas a alcaldes, regidores y síndicos allí serán auténticas luchas en lodo, pero con cuchillos.
Por lo pronto, Pingo regresó todo pisoteado, con pellizcos y muchos pelos menos, pues –admite- se metió entre las patas de los caballos.