Cuántos funcionarios que ganan decenas de veces más que ese hombre son incapaces, no ya de arriesgar su vida en defensa de los demás, sino de solamente cumplir con sus obligaciones.
La desigualdad entre el pueblo llano -la “prole” para la hija de Peña Nieto- y quienes administran los recursos que en teoría son de todos crece a pasos agigantados, en una partidocracia que sólo piensa en reproducir sus mecanismos de captura del presupuesto y de los cargos públicos.
Si el policía al que aludo hubiese muerto en la acción -lo que afortunadamente no ocurrió- su familia se las vería negras. Si por cosas del destino matara al presunto delincuente, por lo menos un tiempo estaría privado de su libertad y su vida habría cambiado significativamente. Porque la ley es clara para fincarle responsabilidades por su acción.
En cambio, los políticos hacen y deshacen sin ninguna preocupación, porque saben que la ley se hizo para darles salidas, así hayan cometido el peor de los latrocinios.
Esa desigualdad es el principal enemigo de la sociedad morelense, y de México en general.
Y por supuesto que los políticos, los únicos que pueden arreglarla, nunca la harán. Por eso se merecen todo lo que les dice Pingo -el perro que en la casa de ustedes se siente el amo- quien los odia profundamente. Y sobran los motivos.