Y lo mismo se aplica a priistas que a perredistas. Nadie fue capaz de idear un mensaje con palabras distintas.
Pingo, el perro que es parte habitual en ésta columna, de tan metiche, se carcajea –como ya les he platicado- de la ingenuidad de quienes creen en las encuestas como método democrático. Igual se ríe –él tan serio y bien portado- de esa falta de creatividad, que sin embargo se activa cuando esa gente, los políticos, llegan al poder.
También dice que en la adversidad y sólo en esa circunstancia esa clase seres tenebrosos –así los define- son capaces de trabajar unidos para conseguir que el rival más peligroso se queda en el camino.
Por eso no se asombra de nada de lo que ocurre hoy, como la repentina unidad de varios de los aspirantes a la alcaldía de Cuernavaca, aún aquellos que nada tienen que hacer en el proceso.
Dice el Pingo que esa gente sólo tiene ojos puestos en el botín y lo demás no importa. Y que se aprovechan de que nosotros, los ciudadanos, estamos hartos de ellos y ni los pelamos, por lo que se sienten libres de hacer y deshacer. Y vaya que lo hacen.
Por eso él se alegra de ser perro y no tener que acudir a las urnas a elegir entre uno malo y otro peor. Eso sí, Pingo tiene mucho civismo y dice que si lo perros pudieran votar, él nunca faltaría a la cita, porque ya vio lo que le pasa a los humanos por no ir a emitir su sufragio.
El que calla otorga, dice de manera contundente e inobjetable.
Por cierto, hoy en la sección de Sociales aparece un perro que se llama Pingo, pero que no es el Pingo de esta columna. A petición del interesado, para que no haya dudas, por primera vez en la Historia (así, con mayúsculas) pondré una foto del verdadero y único politólogo canino llamado Pingo, captado en uno de sus momentos de reflexión.