Harto ya de ver como los humanos toleramos que los políticos nos roben y destruyan a plena luz del día y ni las manos metamos, el Pingo (observador y listo como él solo) pidió voluntarios entre sus compañeros de aventuras.
Para no equivocarse y pulir el sistema, decidió hacer su primer experimento en Puente de Ixtla, su tierra natal, con algún político oriundo, que los hay por montones.
Como sus objetivos siempre son grandes, buscó a un político local que sin embargo no se dedica a hacer sus estropicios sólo en su pueblo, sino que ha trascendido fronteras.
Y encontró que Julio Espín podría ser un buen motivo para experimentar, por lo que con sus perros voluntarios de razas escogidas (bueno, es un decir, en realidad seleccionó a sus compañeros de aventura entre los perros más grandes que encontró, fueran de la marca que fueran) decidió poner manos a la obra.
Sin embargo, como siempre, se tuvo que enfrentar a la realidad.
El plan era muy sencillo: en cuanto Julio Espín pusiera un pie en la calle, su “escolta” canina se colocaría en posición y ya no lo dejaría en paz, lista a tirarle una mordida en el momento en que decidiera alguna acción que perjudicará a otros.
Como estaba en marcha el proceso priista, Pingo se enteró que Espín Navarrete saldría a la calle para solicitar su registro como candidato a alcalde (quiere repetir) y allí sería el momento de acercarse y ya no soltarlo.
Luego de lanzar un emotivo discurso a sus voluntarios, decidieron ponerse en marcha rumbo a la plazuela de San Mateo, nuestros héroes (a manera de homenaje no puedo dejar de nombrarlos así) donde los priistas realizaban sus trámites. Estaban atentos para cuando Julio llegara. Y llegó, pero antes que él lo hicieron cientos de personas de varias de las comunidades del municipio (trasladados en un montón de autobuses) que fantásticamente motivados por el pago de 150 pesos por cabeza, según contaban los propios beneficiados, se movieron como marabunta para arrasar con los seguidores de los otros candidatos, y hasta con los candidatos mismos.
Cuál plaga bíblica, los “voluntarios” de Espín ocuparon todos los espacios y, en bola, no dejaron títere con cabeza. Cuando el diputado local hizo su aparición en la escena del crimen (quise decir que en el lugar donde acudió a registrarse) los voluntarios de Pingo (esos sí eran auténticos) estaban en la lona, aplastados, sacudidos, golpeados y en general dados al catre por culpa de esa jauría humana que destruyó todo a su paso.
Fue una lección, un duro aprendizaje: los políticos -aparte de no tener sentimientos- no tienen medida a la hora de buscar perpetuarse en sus posiciones privilegiadas. Buscan el poder, cueste lo que cueste.
Pingo, después de esa terrible experiencia de la semana pasada, comienza a comprender mejor a los humanos que no se dedican a la política.
También -por otras causas- entendió el significado del refrán de que el pez por su boca muere. Eso, gracias a otro político, pero ya les contaré.