El riesgo es elevado, y aunque al final todo se acomoda, fue más sano permanecer como observador pasivo en la última etapa de las campañas, ya que las cosas estaban muy revueltas.
En realidad así –con un silencio total- fue más fácil transitar por un tiempo marcado por los excesos verbales de todo tipo en los que ni siquiera eran representativos desplantes como los de Julio Yáñez y sus proclamas de que ganaría la elección con el voto de los indecisos.
Pero ahora hay mucho que decir: al abrir los ojos de nuevo, éste columnista se encuentra con un panorama distinto, con un próximo gobierno perredista y con un PRI arruinado. En todos los términos y no sólo como la ruina moral que siempre fue.
Me habría gustado que Pingo -el perro que por mucho tiempo fue protagonista estelar de éste texto- conociera éste paisaje social. Lástima que el taxista %/$/# (omito la traducción) que le quitó la vida con su auto decidió otra cosa.
En fin, hay tanto por decir y tantas ganas de hacerlo, que me he comprado una lima para tener la lengua –o la pluma, metáfora del teclado de computadora- bien afilada a pesar del mucho uso que le daré.