Hace rato se perdió tal intención.
Ahora se contentan con robar. No hay otra meta más apetecible que quedarse con el dinero ajeno, en un tipo de atraco que es perfecto, porque se hace a plena luz del día y sin ningún riesgo.
De hecho, el riesgo es para el que denuncian el robo, como bien lo saben en Zacatepec los detractores del alcalde.
Ya nadie quiere hacer algo por los demás, aunque lo digan de dientes para afuera.
Por eso se fortaleció la delincuencia organizada: mucha gente quería las mismas ventajas de los políticos y las buscó desde el lado oscuro, justificándose en que los políticos eran (son) peores.
Las consecuencias han sido terribles. Pero no hay castigo a los culpables. Ni lo habrá, porque la partidocracia degeneró en una mafia que se protege a si misma.
Y existe la ley de la Omerta, el silencio total.
Por lo menos sobre los grandes pecados y más grandes pecadores (cambie usted pecadores por delincuentes y el resultado es el mismo, aunque más preciso) y ningún contrapeso se vislumbra a la distancia.