No tengo muchos años sino que era un niño precoz en eso de la información.
Me tocó ver también por televisión el arrebato de José López Portillo cuando anunció que defendería el peso como un perro. Y el pobre peso quedó para el arrastre.
Recuerdo a Salinas de Gortari y sus anuncios de grandeza, crecimiento y modernidad que al final estallaron en mil pedazos cuando el país no pudo pagar la desmedida deuda corto plazo que pidió para dar apariencia de desarrollo.
Luego, los diputados y el gesto obsceno de Roque Villanueva cuando decidieron incrementar la tasa del Impuesto al Valor Agregado.
Y ya no le sigo, me brinco al presente, concretamente ayer, cuando se aprobó la llamada reforma laboral. Es cierto que contiene algunas medidas que pueden incrementar la productividad y el desarrollo, pero son las menos.
La reforma, tal y como al final la dejaron, fue fruto de la partidocracia que ha secuestrado la soberanía de México. Los individuos, la población en general, ya no cuentan -no contamos- sino sólo ciertos grupos, o mejor dicho, los controladores de los mismos.
Todos los demás sólo somos cifras. A pesar de lo que dice la Constitución.