Y justo allí, el vehículo en el que viajaba junto con dos personas más sufrió una ponchadura y quedó detenido en medio de la nada. (Claro, en Morelos es difícil estar en medio de la nada, pero ese tramo era algo equivalente, pues la población más cercana estaba como a diez kilómetros, y todo eran subidas y bajadas).
Para colmo, el gato hidráulico (supuestamente nuevo y sin estrenar) fue tan eficiente para alzar el auto como los tres gatos blancos de mi vecina, aunque estos al menos maúllan y ronronean y el hidráulico ni pío hizo.
Para colmo, por ser vísperas de nochebuena casi nadie transitaba a esa hora y faltaba una hora para que comenzara a oscurecer. Un escenario digno de una buena trama peliculesca.
Y así fue, pero de una película navideña, donde las cosas que pasan pasan por algo, por lo menos para mostrar que aún hay gente que confía en el prójimo y que ayuda sin condiciones.
Juan, el conductor de una camioneta que iba a traer a su familia, se paró y no sólo prestó su gato, sino que realizó el trabajo que manos poco entrenadas en la labor habrían de tardarse un mucho más.
Sin pedir nada a cambio, llegó y se fue.
No fue el único gesto en el camino. Todo el recorrido hubo personas amables, que lo mismo saludaban amablemente y daban lo mismo orientación que el paso.
Y por ser de Morelos uno se imagina lo peor cuando transita por tierras extrañas. La desconfianza es ahora compañera del viajero.
Por eso la sorpresa es mayor cuando uno encuentra tanta amabilidad y cortesía, como en los viejos tiempos.
Quizá eso quier decir que a pesar de lo que hemos vivido no todo se ha perdido y aún podemos volver a ser como fuimos.
Ojalá.
El Poder y La Gloria
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Como antes
El 24 de diciembre hice un viaje dentro del territorio morelense, por una de esas carreteras que no se transitan lo suficiente a pesar de los paisajes que ofrecen. UN largo tramo está en pleno cerro, alejado de la civilización.
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