Pero de todos modos, con experiencia o sin ella, en el 2014 ya no es pretexto echarle la culpa al antecesor por robar en exceso, ni alegar que hay cosas desconocidas en esto de la administración de los bienes públicos.
Justo ahora los alcaldes están en la etapa decisiva de su carrera. Su futuro inmediato, la candidatura a una diputación y su reputación personal se construirá en los próximos doce meses.
Lo básico es la prestación de los servicios públicos: el agua potable, el alumbrado público y la recolección de basura no deben fallar nunca. Y entre más fallas, peor imagen para la administración en turno.
Pero tampoco pueden faltar las obras. A estas alturas ya no es redituable pavimentar calles, porque sólo lo agradecen -si es que lo agradecen- los que viven en la arteria transformada.
Por eso se tiene que pensar en algo de infraestructura que se note. El ejemplo de que Sergio Estrada -en mala hora- llegó a gobernador por dos acciones (construir plazas para reubicar al comercio ambulante y edificar un puente) sigue vivo en la memoria.
Los panistas repitieron la fórmula hasta que se agotó y ya no les dio para derrotar al priista Martínez Garrigós, que se empeñó en llegar a gobernador mediante algunas obras concretas pero que -afortunadamente- cometió un grave error táctico al dejar el poder antes de tiempo y desde esa forma no tener el aparato oficial para imponer su candidatura dentro de su partido. Hay que reconocer que el PRI nos hizo un favor a todos.
Pero no cambiemos el tema: si un alcalde quiere pasara la historia con su nombre más o menos limpio debe hacer todo su mejor esfuerzo desde ahora y hasta el 31 de diciembre, por lo menos.
Cualquier día que no lo haga será un día perdido. Y eso nunca se recupera. En menos de doce meses en todos lados se hará el recuento de los que sí se apuraron y de aquellos que estarán en el basurero de la Historia (seguramente el 99 por ciento).