El maestro fue Javier Orihuela García, que le dio clases de ética. Mejor dicho, que fue el profesor de esa materia pero en todo el semestre no se presentó a dar clases. Supongo que esa era su manera de enseñar. Actuó con el ejemplo para mostrar que esa materia no es su fuerte o por lo menos no le estorba en su vida.
Así, ha podido pasar de ecologista a alcalde y a diputado. La primera vez porque la gente se lo creyó y todas las demás por los pactos vergonzantes que se pueden hacer en el partido en el que milita, el PRD, donde también la ética no es muy abundante.
A su paso por la alcaldía se dio el lujo de promover una marcha al congreso local para presionar -exitosamente- para que le aprobaran un endeudamiento. Y al final lo que prometió no lo cumplió.
Pero el dinero que mal administró sí se tiene que pagar.
Hoy como diputado federal no puede quejarse de la vida, al contrario de sus compatriotas que no tienen fuero.
Desafortunadamente hay muchos, demasiados, como él en la política. Incluso se dan golpes de pecho y lanzan discursos revolucionarios cada vez que pueden, pero eso es menos frecuente ya.
Ahora que los ciudadanos estamos a meses de una posible venganza (en las urnas, lo único que nos queda y que no es muy contundente) políticos como el que nos ocupa piensan en la forma en que nos volverán a engatuzar para que puedan mantener su altísimo nivel de vida.
Pero nos puede servir de referencia para detectar a futuros farsantes conductas como las que anoté al principio: el profesor de Ética que ni siquiera se presentaba a clases ya comenzaba a enseñar el cobre. Pero nadie vio esa poderosa señal.
Ojalá que las redes sociales permitan en las próximas elecciones detectar y exhibir a los farsantes con mayor anticipación, antes de que lleguen al poder y hagan mucho daño.