China creció espectacularmente y es hoy la segunda nación más poderosa de la Tierra y va que vuela para el primer sitio.
Rusia, desmembrada luego de la caída del comunismo y reducida a la pobreza por sus gobernantes cleptómanos, surgió de sus cenizas (gracias a los ingresos del petróleo y el gas que renacionalizó, al revés de los vendepatrias que gobiernan México) y recompuso también su fuerza militar y hoy impone respeto otra vez.
Pero tanto China como Rusia fueron naciones que presentaron niveles de desarrollo inferiores a México. Nuestro país era económicamente más próspero que China y Rusia (y que Corea y otras naciones que hoy son de vanguardia) y por lo mismo inspiraba mayor respeto en la política mundial.
Hoy somos lo que somos luego de la mediocridad y entreguismo de los que nos han gobernado, por lo que -como trágicamente se comprobó una vez más- nunca harán caso en Estados Unidos de nuestros ruegos, ya sea para salvar la vida de un compatriota condenado a muerte, que para renegociar mejores condiciones en el trato comercial.
La falta de visión de futuro y de amor al país transformó a México para mal. De ser una potencia regional, que incluso se enfrentó a Estados Unidos en Centroamérica y propició el fin de las guerras civiles en Guatemala y El Salvador, hoy somos el hazmerreir.
Eso lo sabían los funcionarios federales que decían abogar por Edgar Tamayo. Sin embargo, fue un buen motivo -así lo vieron ellos- para que políticos de todos los colores y sabores realizaran pronunciamientos y buscaran los reflectores. Si el electorado tomó nota, pasará la factura, siempre y cuando no se distraiga con algún partido de futbol, eso sí.