No, sino a varios de sus conceptos para ejercer el oficio de periodista, que desde que los leí pongo en práctica.
Sin embargo, me dejó la enorme frustración de no conocerlo en persona, a pesar de los años que vivió en Cuernavaca.
Nunca ocurrió la coincidencia que nos hiciera estar al mismo tiempo en el mismo lugar.
Sí ocurrió con otras personas destacadas de mi oficio. Y eso ha pasado de forma inesperada, pero no hubo realismo mágico capaz de hacerme coincidir con García Márquez.
Ayer se le hizo el más solemne de los homenajes en el Palacio de Bellas Artes en la ciudad de México, encabezado por el presidente de Colombia y por el mandatario mexicano que nunca ha leído un libro del difunto premio Nobel. Y así como dicen las malas lenguas, ni los leerá.
Pero afortunadamente por lo que pude leer en el internet, el homenaje habrá sido todo lo solemne que quisieran, pero tuvo su toque garciamarquiano cuando un grupo musical le rindió honores mediante la interpretación de vallenatos, la música de su tierra.
Uno de los hijos del invitado especial a esa reunión puso el ejemplo y el ritmo con las palmas de su mano.
Fue una despedida con discursos para alguien que odiaba los discursos.
El más presumido fue el presidente colombiano Juan Manuel Santos, quien dijo "Qué privilegio llamar compatriota al hombre que inventó Macondo". Y sí, qué privilegio.
Pero ustedes, amables lectores, también pueden presumir y enorgullecerse que Cuernavaca fue un lugar donde ese señor se sentía a gusto. Muy a gusto.
Por lo pronto, seguiré aplicando lo que en periodismo me enseñó. Es lo que queda. Y releer esos libros que de tan favoritos comienzan a deshojarse.
El Poder y La Gloria
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García Márquez
Gabriel García Márquez me dejó una profunda huella. No me refiero sólo a cien años de soledad, relatos de un náufrago y crónica de una muerte anunciada, los libros de él que más me gustaron.
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