Y son tres circunstancias las que le convierten en un peligro: su evidente falta de pericia; su audacia para conducir sin respetar señalamientos ni límites, y su más que evidente inclinación a culpar al otro de cada percance que ellos ocasionan.
El lunes una patrulla de esas atropelló a un motociclista en pleno corazón de Jojutla. La víctima tuvo que quedarse con su golpe para evitar que se lo llevaran detenido mientras se hacían las investigaciones para determinar al culpable del choque.
Lo más triste es que han escenificado accidentes con saldos terribles: muertos y heridos.
Y además está el costo de las patrullas, que cada vez son menos por ese motivo.
Ojalá que a Alberto Capella se le bajara lo engreído y se diera un tiempo para conocer al verdadero Morelos, ese que no alcanza a distinguir entre la nube de guaruras que lo rodea.
Los ciudadanos queremos que tenga éxito. Lograr sus objetivos significará ni más ni menos recuperar la tranquilidad perdida ante la indiferencia de la anterior administración estatal.
No heredó el mejor de los escenarios pero es cierto que estamos mejor que en los peores tiempos de Adame Castillo. Sin embargo, aún falta. Y tardará más en llegar si ese señor no hace caso a lo que se le señala en letras grandes: no es imaginación desbordada, no es mala fe, no es exageración: la conducta liberal de sus policías le alejan de la sociedad morelense, que se siente agraviada por diversas acciones, aisladas pero cada vez más frecuentes.
Una cosa es intentar y fallar para luego corregir, pero otra cosa muy distinta es no ver lo evidente. Como eso de que urgen unos buenos cursos de manejo o una mano dura que evite los excesos, que no se dan sólo detrás del volante.