Esa medida es eminentemente política, pero trata de disimularse para que aquellas personas de carácter viperino hacia quienes está dirigida no se den cuenta y terminen, tarde o temprano, a buen resguardo en ese lugar.
Y es que hay tanta víbora suelta, y tan venenosa, que seguramente la plana mayor perredista le exigió a las autoridades estatales acciones contundentes para evitar que se envicie el panorama electoral.
Sin embargo, no creo que el lugar sea del tamaño adecuado para albergar víboras del tamaño de Fidel Demédicis o de Rabindranath Salazar Solorio. Allí existe el agravante de que con todo y su cascabel son parte de la familia solztequista y quizá por eso se salven de caer en el serpentario.
Pero otros quizá no tengan la misma suerte y acaben donando su abundante veneno para la ciencia.
Si usted revisa todo eso con calma, verá que es una buena acción, porque en lugar de hacer daño al prójimo, si logran extraer anticuerpos hasta será una contribución.
 Y aquellos que son candidatos naturales a quedar a buen resguardo no son conocidos precisamente por su altruismo.
Pero como buenos mexicanos, siempre hay una fórmula para que todo ocurra y el herpetario (un nombre quizá más preciso, porque engloba serpientes y culebras) es la solución más adecuada para preservar a quienes hoy sólo son una molestia social y que incluso de esa forma hasta pueden hacer un bien.
Y por si faltara algo, hasta estarán en exhibición y los ciudadanos podremos contemplarlos y escuchar una explicación de cómo hacen su daño.
Buena solución.
(Aunque dicen que explicación no pedida es culpabilidad manifiesta, en un afán literario me tome la libertad de enumerar a culebras, serpientes y víboras y meterlas a todas en el mismo costal, sin tomarme la molestia de averiguar exactamente que es cada una de ellas. Todo sea por la literatura)