Por alguna razón le gusta salir a pasear a la calle, pero siempre que pasamos por algún edificio público (de cualquier nivel: federal, estatal o municipal) hace gestos y el estómago se le descompone, por lo que siempre debo salir preparado con mi respectiva bolsa.
Le gusta viajar en los brazos de uno de sus esclavos (así nos considera a todos los que estamos cerca) y no por casualidad siempre soy el elegido.
Debo aclarar que he notado que su fobia a los olores de los edificios públicos no lo provocan los que allí trabajan, sino los que por lo general no lo hacen pero cobran muy bien.
Obvio, me refiero a los políticos y no a los burócratas. Eso lo noté al pasar por varios inmuebles de gobierno muy temprano en la mañana, cuando sólo había empleados y ningún jefe.
Bambina pudo entrar sin temor ni desagrado, pero cuando estábamos allí llegó alguien con un cargo público.
Seguramente su reloj se descompuso y se equivocó de hora, pero su presencia sirvió para conocer más de cerca las cualidades de esa gata de la que tanto les he platicado en los últimos días.
Y creo que esa habilidad detectora puede ser muy útil en el próximo proceso electoral, donde bien podría alquilarse.
Como va a haber candidaturas ciudadanas, con ella podríamos comprobar quién de los que se cobije bajo esa modalidad es realmente un ciudadano sin partido en busca de cambiar las cosas y quién es un político que se ha quedado sin chamba y sin partido y buscar un buen hueso.
Pero de eso hablaremos mañana.