Sin embargo, creo que la catedral del periodismo hoy por hoy se encuentra en donde Carmen Aristegui trabaja con un equipo de verdaderos profesionales.
No otra cosa puedo decir de esa valiosa gente luego de trabajos magistrales que nos han dado luz sobre la forma en que éste país se ha convertido en botín de unos cuantos. Para no ir más lejos, hace unas horas divulgaron con pelos y señales que Enrique Peña Nieto usa como propia una residencia valuada en siete millones de dólares (más de ochenta millones de pesos) que es propiedad de una de las empresas que ganaron la licitación para construir un tren de alta velocidad del D.F. a Querétaro.
Ya ese concurso fue anulado por el mismo Peña Nieto, al hacerse evidente que hubo mano negra. Ahora, gracias a la gente de Aristegui, sabemos los detalles, que duelen más por el contexto de indignación en el que nadie -excepto unos cuantos chivos expiatorios- ha sido castigado por el más que probable asesinato de 43 jóvenes.
Tristemente no es la peor de las matanzas que ha vivido el país desde que Felipe Calderón empezó su estúpida guerra, pero sí es la primera donde sobran pruebas de la intervención de representantes del Estado mexicano. Para colmo, en dos marchas ciudadanas ocurrieron estallidos de violencia a cargo de hombres encapuchados a los que la Policía no toca y deja hacer de las suyas.
Los de internet son otros tiempos, donde lo que sobran son testigos de cada cosa que pasa.
Por lo pronto, apreciados lectores, no permitan que otro escándalo haga olvidar la terrible situación que vivimos y que debe dar paso a un mundo mejor. Eso sólo ocurrirá si los políticos renuncian, desde ahora a sus privilegios.
De eso hablaré mañana.