Me refiero a su irrupción en plena ceremonia de entrega del premio Nobel de la Paz -ni más ni menos- cuando se acercó con una bandera tricolor y pidió a Malala -la joven afgana premiada por su valor para enfrentar la barbarie de los talibanes- que no se olvidara de México.
Su familia confirmó que la protesta fue para que el caso Ayotzinapa no se olvide. El asesinato de 43 estudiantes que fueron detenidos por la Policía y presuntamente entregados a un grupo delictivo para su exterminio habla de los niveles de violencia que las autoridades han permitido en el país.
Mientras los ciudadanos que se inconforman contra las injusticias son detenidos y llevados a cárceles de alta seguridad, los vándalos que se infiltran violentamente en las protestas siguen impunes, igual que los políticos que incumplen con su deber y dan motivo para protestar.
México, sin embargo, ha cambiado. O mejor dicho, una parte pequeña de la población ha cambiado y logró dejar de ver la televisión comercial y ha vuelto a pensar.
No creo que en estos momentos Adán Cortés la esté pasando muy bien. Si tiene suerte lo deportarán, pero se arriesga a permanecer detenido en Noruega, donde hizo su acto de protesta en un escenario más que simbólico.
Cientos de millones de personas lo vieron. Y no lastimó a nadie. No rompió nada, ni dijo mentiras. Tampoco difamó.
Sólo cumplió con su deber de ciudadano que se indigna por la espantosa deriva que ha tomado la política en México. Nada más por eso, desde aquí se lo agradezco a nombre de todos mis compatriotas, los informados y los desinformados.