La pérdida de la poca ética que les quedaba ha llevado a que esa guerra sucia ya no sólo sea cosa interna de un partido en específico, sino que la sangre escurrió desde varias siglas en esa mezcla extraña de intereses que vemos en la política morelense, donde con once partidos registrados, quienes aspiran a gozar del dinero que se otorga por participar en una campaña política tienen de dónde escoger.
La mayor parte de los aspirantes a un cargo sólo quieren la gloria de ser personajes públicos de manera efímera, con la esperanza de caer parados después de la contienda y lograr colocarse en alguna de las nóminas oficiales.
Por eso han atacado encarnizadamente a los rivales reales o imaginarios que se les ponen enfrente, lo que ha hecho que la salpicadera de lodo haya sido mayor que en otras ocasiones.
Nada dejó de utilizarse: acusaciones no probadas de pertenecer a la delincuencia, preferencias sexuales, presuntos o reales fraudes o involucramiento en toda clase de conductas, deshonestas o no.
Eso para mí sólo significa una cosa: que en el periodo de campañas las cosas serán peores. Los árbitros del proceso tienen muchas tareas, ninguna menor, y todas deberán cumplirse para evitar que la poca confianza ciudadana en las instituciones agrave las cosas.
El voto en blanco no es solución, la abstención tampoco. El INE tiene que luchar contra esos enemigos y, para demostrar efectividad, tiene que aplicar sanciones a quien lo amerite. Y no serán pocos.