Hemos crecido acostumbrados a que es normal que las cosas cuesten más aquí que en otros lados, empezando por el transporte, que en cualquiera de sus variantes es malo, incomodo e incluso peligroso.
Quizá todos esos factores no puedan arreglarse de un plumazo, peo algunos sí, como lo demuestra el caso de Miacatlán, donde (según una información que se publica hoy en La Unión de Jojutla) los taxistas de ese municipio denuncian que han perdido el 80 por ciento de sus ingresos y eso pone en riesgo la manutención de sus familias.
El percance que sufren tiene un origen muy claro y preciso: la competencia.
Luego de varias décadas de ejercer el control absoluto del transporte en la región, los taxistas (que usaron la fuerza cuando alguna empresa de transporte quiso dar servicio en la zona poniente de la entidad) hoy ven como sus clientes cautivos se van a los mototaxis, que dan un servicio de menor calidad pero a menor costo.
Como los que operan esa nueva modalidad son de Coatetelco y tienen fama de saber defenderse, los taxistas tradicionales no les han hecho frente con sus viejos métodos, pero ahora piden clemencia porque ya no tienen los ingresos de siempre, aunque ellos nunca tuvieron clemencia de los habitantes de su municipio, que no tenían otra opción para transportarse, en ocasiones con malos modos y a los precios fijados de forma oligopólica. Esa era la opción, y háganle como quieran.
Pero la competencia ha traído nuevos aires en beneficio de los usuarios, que no lo han pensado dos veces para pagar menos. Claro, hay servicios que nunca los podrá hacer un mototaxi y por eso aún queda mercado, pero la clientela se redujo.
Hay tantas ramas en que las autoridades deberían abrir la competencia, que el que lo hiciera ganaría con la mano en la cintura una elección, pero le tienen miedo a los grupos de poder. Por lo pronto, tenemos un ejemplo real y clarísimo de lo que puede ocurrir cuando no hay restricciones para competir.