En mi hartazgo, no me percate que es compartido con Bambina, mi esclavizante gata lista que ha convertido a todos los que le rodeamos en sus sirvientes de tiempo completo.
Su asombrosa inteligencia le sirve para eso y para muchas cosas más, como - por ejemplo- opinar de política. Hace tiempo que descubría que eso era lo que más le gustaba hacer, pero por eso -en un ejercicio antidemocrático, lo admito- decidí expulsarla -con muchos trabajos- de ésta columna, porque aquí se escribe con seriedad.
Sin embargo, ella es terca y aprovecha cualquier resquicio, en este caso el más mínimo descuido, justo cuando pensé que ya se le habían olvidado sus tendencias opinativas.
Pero ha vuelto a las andadas: le bastó apenas el resquicio de la puerta que dejé levemente entreabierta para gritar que la política es un asco y que quienes se dedican a ella lo hacen sólo por el placer de abusar impunemente del prójimo. Después de eso dí un portazo y la expulsé. Sin embargo, al ver la forma en que los partidos y sus candidatos se disputan el triunfo y reclaman las trampas, pienso que a pesar de todo Bambina tiene razón. Demasiada.