Camino por una calle muy transitada y de repente me llama la atención que a la derecha, en el quicio de un negocio, hay un enfermo mental sentado entre cartones y bolsas de plástico que habla solo y parece reclamarle a la gente que transita por allí, aunque en realidad observo que no molesta a nadie. Esta sentado y lo único que hace es manotear con su mejor amigo invisible.
Pienso que por si acaso mejor me cambio de banqueta y eludo el problema, como hace todo aquel que logra verlo desde lejos. Al otro día es lo mismo y al siguiente, porque el señor es parte del paisaje.
Por aquellas cosas raras de la vida de repente me debo quedar quieto ceca de allí y sin nada mejor que hacer observo a ese señor que -me percato- nunca se para, siempre está en la misma posición. Pero mientras lo veo -desde la banqueta de enfrenta, pero con toda claridad, hace un movimiento como si se fuera a parar pero no lo hace, sólo pone al descubierto sus piernas, una de las cuales no tiene pies y la otra con unos cuantos dedos.
No tiene muletas o algo que le ayude a caminar y la extremidad sin pie se ve sucia del muñón.
El hombre sólo tiene una botella de agua, no se ven restos de comida, pero indudablemente el señor allí vive y esa arteria donde se puede presenciar el triste espectáculo es el bulevard Benito Juárez de Cuernavaca, a pocos metros de su cruce con Abasolo.
La doble combinación de su infortunio (sus problemas mentales y sus extremidades incompletas) lo han dejado allí.
Sería una buena descripción de una pesadilla, pero es la vida real. Cualquier de ustedes pueden verlo y pensar lo que quieran, menos que tratamos a nuestros prójimos con humanidad.