Lo más patético es que sea la propia madre de la ex alcaldesa la que se preste a abanderar el sucio negocio de dirigir a la mala el Ayuntamiento.
Ahora con huelgas de hambre, ayunos o como le quieran llamar a una protesta que quiere presionar al Congreso, cuando en realidad las presiones vienen de los dos grupos propietarios del PRD morelense.
La ley es extremadamente clara pero aún así los máximos tribunales en la materia dijeron que la suplente de Gisela Mota Ocampo debe sucederla.
No hay hasta ahora ninguna evidencia de que la alcaldesa por derecho haya incurrido en actos que ameriten su destitución, pero aún así el grupo contrario trata de quitarla porque de otra forma se quedarán sin chamba.
Es tan egoísta la razón verdadera de la protesta, que debería llenar de vergüenza a los participantes.
Sin embargo, vivimos en un estado en el que para ocupar los más altos cargos públicos se requiere cumplir con estrictas condiciones: ser cínico, desalmado, con amplia capacidad para mentir y con bolsillos muy grandes y uñas de la misma proporción.
Por eso el espectáculo tan triste de los temixquenses no provoca pena en ninguno de los protagonistas.
Y eso es una verdadera lástima.
Por lo pronto, sabemos con certeza que el grueso de la ciudadanía de ese municipio no participa en esas horrendas cosas y que los únicos que se movilizan son los que buscan un beneficio directo, ya sea en salario o en prebendas de todo tipo.
Mientras, la función del circo seguirá hasta que la nueva alcaldesa les ofrezca algo sustancial, quizá constante y sonante.