La primera gran encerrona que nos dimos fue al casarnos. Aunque la luna de miel fue en Acapulquito, pues no quedó para más después de la fiesta, lo sucedido en ese cuarto fue de antología. Yo descubría el placer lentamente y en todas sus posibilidades. Bueno, en realidad redescubría, porque no llegué virgen a firmar el acta de matrimonio; obvio, mis caracoles. Sin embargo, ambos no tuvimos antes la experiencia de encerrarnos en un cuarto tres días seguidos, cuales Lennon y Yoko haciéndonos el amor para perpetuarlo y evitar la guerra; esta vendría después, como es natural en toda aventura de lidiar con otro, reproducirse y matar la soledad a sartenazos, gritos y reconciliaciones. Pero no quiero agriar este intro hablando pronto de la cruda si apenas cuento el inicio del espectáculo.
Les decía que fue de película. Mauro, mi marido, si bien estaba lejos de parecerse a Marcelo Mastroianni, sí le daba un aire a Chayanne, lejanísimo si quieren, pero aire al fin. Sobre todo su sonrisa. ¡Ay!, qué bonitos y blancos eran sus dientes. Lo que me volvía loca, y aquí entro en la confesión bien íntima, era su vientre: plano, apolíneo, como hecho a cincel y martillo. Detestaba que me cambiara por el gimnasio cuando éramos novios, pero cuando descubrí su vientre en el primer motel al que entraba en toda mi vida, y fue con él, aclaro, me desquicié al comprobar lo que las pesas, los aparatos y las abdominales habían hecho por mi Adonis tlahuica. Por supuesto que el muchacho era inteligente y audaz para enfrentar la vida, cualidades que pesarían más en la balanza con el paso del tiempo. De aquí soy, me dije. Tanto lo creí que muy pronto nos casamos con huateque, vals y despedida de la fiesta en carro convertible con todo y letrero de just married y latas arrastrando. Durante la encerrona de miel y sudor, vuelvo al punto, fue hasta el tercer día por la tarde, al ponerse el sol, que la sal del mar supo de mi pielecita extasiada. Después, a cargar pilas con los cócteles Vuelve a la vida y Margaritas, y a continuar con ese embeleso de tatuarnos uno al otro en cada centímetro de nuestras pieles.
Divina ilusión hecha carne y susurros. Después de siete días, algo hermanos del mar y del sol, tostaditos para evidenciar que caminamos de la mano por la playa y nos juramos amor eterno bajo el señor Tonatiuh en pleno cenit, regresamos a casa renacidos, plenos, híper co… Bueno, conscientes de que ahora nos esperaba la vida en casa, el trabajo, las responsabilidades que da el matrimonio y tal vez más adelante, los hijos.
La siguiente ocasión que volvimos al mar llevaba cinco meses de embarazo. Imposible jugar a los acróbatas y saltar por los cráteres de la luna. Entonces fue como más espiritual el asunto, con cuentos de futuro y debates sobre el color de la pintura del cuarto del nene. Para la próxima vez ya llevábamos a Emilio, de dos años; todo era olor a brisa marina perfumada con talco y colita de bebé. A fin de no hacerles el cuento largo, ya no hemos vuelto solos al mar. Luego llegaron Perlita y Augustito. Ahora se trataba de repartirnos pañaleras, llevar siempre botiquines, cuidar que el mar no se los comiera y dedicar todos nuestros minutos a cumplir sus necesidades.
¿Saben? Los chicos crecieron y nunca pudimos él y yo volver a tener otra encerrona mística como aquella. ¿Por qué?, me pregunto ahora. ¿Por qué confabulamos contra las cosas que realmente nos hacen sentir libres y reducimos la cotidianidad a las prisas, el trabajo, las cuentas, los carros, los perros, el ahorro, los domingos de carne asada y amigos; al sexo rápido y modoso, las dulzuras discretas, a comprar almohadas blandas para fugarnos en el sueño y a escapadas en catorces de febrero a cuartos con jacuzzi?
Emilio se ha casado y vive cerca, Perla está en el extranjero y Augustito viene los fines de semana de Puebla, donde estudia. Mauro y yo por fin podemos tener nuestra encerrona completamente a solas, pero no es en el mar y tampoco la elegimos; es en nuestra casa, en la que afortunadamente hay un jardincito con muchos rosales y una jacaranda que nos alegra. Ese virus que vino de China o inventaron los gringos nos obligó a dejar todo y probar si podemos pasar semanas enteras amándonos tanto sin llegar a odiarnos. La idea me aterra, lo reconozco. Aunque miro el vientre de mi marido con nobleza y ternura, no encuentro la mínima huella de aquel que me volvió una amazona loca en Acapulco. Sus dientes ya no son tan blancos; la nicotina tiene efectos desastrosos y Mauro es un terco que no vive sin ella. Trato de hacerlo sonreír para que se parezca a Chayanne cuando lo hace, pero está muy preocupado por Perlita, que tuvo la ocurrencia de irse a Canadá, y por Augusto, a quien le pedimos mantenerse en Puebla en casa de su tía; es el más obstinado de todos y no dormimos de pensar que se vaya de fiesta o con su novia sin atender las medidas de protección. ¿Qué podemos hacer? Ya son adultos y deben aprender a cuidarse solos, pero no me canso de darles consejos.
Cuando pase esta carajada, me dice Mauro, volveremos a ese hotel y pediremos el mismo cuarto, lo prometo. Suena romántico que lo diga y me ruborizo, para mi sorpresa. Aún me sabe hacer sentir, aunque ya no sea lo mismo. Llevamos una semana sin salir más que a lo indispensable. Cerró su negocio y decidió pagar por adelantado el salario de un mes a sus tres empleados. Al parecer, yo tardaré en volver a las aulas más de lo que estaba previsto; extraño a mis alumnos. Espero que resistamos. Ayer, por primera vez después de años, Mauro se sentó conmigo a ver una película completa, se portó tierno y por la noche su cuerpo había rejuvenecido. Hoy desperté y me siento renovada, a pesar de todo. Sin embargo, duele saber lo que sucede en Nueva york y otros lugares de Europa, duele la insensatez de muchas personas en mi país y me asusta la idea de que esto sea un juego macabro preparado por algunos.
En el fraccionamiento ha surgido una iniciativa para apoyar a algunas familias que están en serias dificultades y colaboramos además en algunos otros proyectos de ayuda que se promueven a través de las redes. Es una gran oportunidad para aprender a ser solidarios, espero sepamos aprovecharla.
Entre Mauro y yo se está afianzando otro tipo de amor, una pasión distinta surgida en nosotros durante esta encerrona. Tiene más que ver con estremecimientos del espíritu y no de la carne, y con lo que podemos dar en vez de recibir
Ya volveremos solos a ese lugar, mi amor, le digo a Mauro. Y lo beso con ternura.