Inicio del modo menos ortodoxo, porque la ortodoxia no es lo que caracteriza a Carmen Gamiño, la autora del libro “Zafras de tiempo y memoria”. De modo alegórico ofrezco algunos de los significados que tuvo en mi emoción su lectura:
Algo así como un coro de voces que se reparten el tiempo guardado en un libro para abrirnos heridas, rasgarnos la apatía y fotografiar para nosotros un minúsculo territorio que reproduce a la nación entera navegando sus contradicciones; algo así como una grieta en la pared de lo cotidiano, que nos introduce en un illo tempore en el que sabremos, por ejemplo, de un niño llamado Julián que se hace hombre a fuerza de tradiciones inmutables y consignas imperecederas, buscando después su destino en las entrañas de un ingenio azucarero que se lo tragará como a su padre, y entre los muslos suaves de Mariana que lo apresarán como a pez en agua tibia; algo parecido a un rosario de presagios, cuya imagen más contundente nos la dan las plumillas carbonizadas de zacate de caña que caen del cielo como nieve negra; algo igual a desnudarse el alma por parte de la autora, mientras va recogiendo murmullos y atisbos de verdad en medio de los cañaverales, o entre las fauces del monstruo de mil bocas y cientos de brazos que fue el ingenio de Oacalco, y que sigue siendo ahora en calidad de fantasma; y algo similar a una denuncia agazapada a momentos en metáforas de altos vuelos y, en otros, en voces claras y contundentes que declaran sin miedo: “Nos echan la culpa a nosotros, pero no es cierto, nosotros solo somos obreros, seguimos órdenes. Ellos (los de arriba) acabaron con el ingenio”.
Bueno, trataré de ser más objetivo en mis siguientes apreciaciones, con la firme promesa de no lograrlo, claro. Divido en breves secciones mis opiniones:
La escritora y la investigación histórica:
Destaco el trabajo arduo de investigación realizado por la autora, especialmente la de campo, que significó meterse en las fauces del monstruo de la corrupción que permeó las gruesas paredes del ingenio de Oacalco, que humedeció la fe de las muchas familias que dependían de los puestos de trabajo que generaba esa máquina devoradora de caña, destino casi insalvable para los hombres de la zona. Significó también acercarse a los hombres de esas tierras y aprender por ellos a dialogar con el azúcar, con el sol de mediodía que la enamoró quemándole la piel y, tal vez un poco, cierta inocencia que aún pervivía en ella; con el guarapo y el sirope, con Don Ramiro y su bicicleta que me conmovieron sobremanera, y con los hombres que cortan la caña retando estoicos la crueldad solar. Este trabajo de indagación le permitió escuchar las muchas versiones sobre la debacle del ingenio y comprender cuáles son las fuerzas y argucias capaces de fragmentar y diseminar el poder de resistencia de un colectivo.
La escritora y la inventiva literaria:
Habiendo leído antes a Carmen, no me sorprende la calidad de su prosa y de su poesía. Sin embargo, este libro en especial, ganador de la Convocatoria de Obra Inédita 2019 en el género Narrativa, sorprende por la diversidad de recursos con que se cuenta una historia. La voz de la autora se desdobla en muchas voces. Desde muchos ángulos se van desgranando los muchos colores de la historia, de modo que todas las posturas narrativas tienen lugar, y todos los personajes toman el pódium imaginario para conducirnos por esta verbena literaria: los trabajadores del ingenio, el padre que alecciona a su hijo, el edificio del ingenio con su voz añosa y llena de soledad, los mismos cristales de azúcar nos cuentan su origen; los de arriba, los de abajo; los que chingaron, y los que fueron chingados y después olvidados. A momentos toma la batuta directamente la escritora de carne y hueso para contarnos cómo la transforma lo vivido y lo escrito; en otros momentos lo hace a partir de la voz omnisciente sin que esta predomine. La inclusión de poesía pura y argentina como los blancos cristales es otro elemento que no pasa desapercibido. “El sol avanza como enorme luciérnaga”, poderosa imagen. En la siguiente prosopopeya, los muros se convierten en fantasmas con cualidades de poeta que nos hablan desde su nostalgia; cito: “A ratos, ni un alma vaga en mi interior, me convierto en un gigante solitario inmerso en una nube de sueños y ventanas. Nada puede pasarme. Estoy fuerte, un pueblo entero me protege y me acompaña. Pero silencio. Es tiempo de escuchar el canto de los pájaros”. En el encuentro entre Julián y Mariana, las palabras se vuelven delicadas para describir la guerra de las pieles; cito: “Algo sucede en los cuerpos que convencen a la razón, y el tan pronunciado ‘no’ se diluye en las aguas. El canto de las cigarras acompañará el movimiento que descubrirá los muslos de Mariana; el vuelo de las semillas, aquel que deje sus senos al aire, y el canto del zanate, el que se prolongue como eco de los últimos gemidos.”
La escritora y la magia:
Las leyendas y los mitos tienen justa cabida en esta narración. No podría ser de otra manera, nuestro pueblo echa mano de justificaciones míticas ante una realidad que sólo así podría ser explicable, soportable, un tanto amable. La presencia del Charro o el Chamuco en la chimenea del ingenio provocaba miedo y la renuncia de muchos trabajadores. O el entierro de la virgen entre los dos pilares de la entrada al ingenio para evitar desgracias: “Si llegan a sacar a esa virgen pues volverán a ocurrir las desgracias”. O bien, el caso del Señor de Huazopan, que al traerlo al pueblo dejaron de pasar cosas malas; pero fue robado muchas veces por los de Totolapan, pero el santo se regresaba solo cargando su propia cruz hasta la iglesia de la Santa Cruz de Oacalco; dos señores lo vieron, por supuesto. Y qué referir de los Plateados, que de acuerdo con los decires fueron quienes llevaron al diablo a esas tierras y se le podía ver dando vueltas en la chimenea grande, como danzando. Este ingrediente sobrenatural da a la historia del ingenio de Oacalco un sabor que permea a lo largo de las casi cien páginas y que denota el pensamiento mítico de nuestros pueblos.
La escritora y su mundo íntimo:
Algo que personalmente debo agradecer a Carmen Gamiño es la valentía para abrirnos grandes ventanas a su mundo íntimo a través de esta historia que nos cuenta y de lo mucho que le significó el proceso de edificación de esta. Casi al final declara que modificó su romanticismo de tal modo que se ha vuelto crudo y cuestionador. Rememora a los muchos rostros de su encuentro, a las muchas historias que “como cenizas cayendo despacio” le dibujaron tal vez alguna arruga nueva en el rostro y filtros nuevos en su mirada. En la página 91 se pregunta: “¿Acaso el crepitar de la caña eran mis propios gritos?, ¿las hojas abrazadas por el fuego las ganas de inmolar el cuerpo?, ¿el humo dispersándose por el aire en esa gran columna mis ganas de partir?” Ella no lo sabe de cierto, lo único tangible, nos dice, es “la tregua pactada para dejar de pelearme conmigo misma y la capacidad de mirar lo que antes no”. Carmen nos muestra sus heridas, sus vacilaciones y revelaciones ante los muchos descubrimientos que tuvo durante este periplo y encuentro con una realidad que contiene rostros apenas atisbados antes. Hay otros asomos a su mundo íntimo que ya no referiré; los invito a descubrirlos al leer su libro. Cierro citando la pregunta que casi al final profiere Carmen como dardo a sí misma, y que nos da luz sobre la gran inquietud existencial que domina a su ser escritora: “Contar los hechos sin intervenir, sin incidir en ellos, ¿es suficiente?” Hago mía la pregunta. Me la llevo para sangrar un poco cada vez que también me enfrente a la terrible y amada página en blanco.
Nota final: el libro se puede adquirir en “La Bigotona”, Matamoros 20, Cuernavaca Centro, Plaza Artesanal Moctezuma.