La primera gran acción que debes realizar es quitarte esa barba de tres días. No te ayuda a recibir el año con una sensación limpia en la piel de tu rostro. Libéralo de sombras, no seas tú quien ponga nubarrones en tu reflejo. Anda, pasa el rasurador por tus mejillas, lento, gozoso, es una caricia gratuita que cuesta sólo un poco de espuma y unos minutos de devoción. Quien inicia limpio el año será capaz de hallar un brochazo de tersura en todo lo que mira. Al terminar deja que el agua fría revitalice tus ganas y unta un poco de loción en tus mejillas. La lavanda, por ejemplo, es magnífica para incentivar las ganas de amar, perdonarte y perdonar; convierte los miedos y las culpas en dos alas que se van lejos hasta explotar convertidas en un punto invisible del horizonte.
Enseguida, es momento de enfrentarte al espejo, de cuerpo entero si es posible. Asedia tu rostro, hurga, ahonda sin temores, húndete en él por alguna de sus arrugas, desvela tus verdades detrás de la mirada, descubre las barcazas que navegan en los océanos que tus ojos contienen, piratas y corsarios incluidos, tormentas y días calmos, colibríes y cuervos, páramos y acequias de salinas aguas. Revisa tu piel y las tormentas de arena que la han resecado, quita con la imaginación la primera capa árida, la segunda y las demás hasta dar con la humedad. Sonríe en ese momento para que brote la fuente y te pinten los colores. Sacude tu pelo y acepta si alguna nieve ha caído sobre él. El blanco es el color de la paz y la reconciliación, no te preocupes por la relativa ausencia del negro; lo necesita el potro azabache que relincha en el corral y el plumaje del cuervo, pertenece sobre todo al dominio de la noche. Ama los huesos que ves y los músculos que los revisten, bien puestos y orgullosos o un tanto vencidos por el tiempo. Agradece al señor Cronos que aún eres capaz de convertir sus segundos en pasos y sus días en largos caminos por andar, agradécele incluso el plomo de las horas muertas porque de ellas nacen al final sonrisas vivas.
Retírate del espejo ahora. Abre las cortinas y date cuenta de que el año nuevo es el mismo sol antiguo de cada día, y de que se han abierto las flores a su llegada y algunos críos se alimentan de él en la calle al correr tras la pelota. Nada es nuevo, pero todo lo es. La misma línea de montañas se perfila en la distancia, pero debajo de ella hay una renovación constante de los pulsos vitales. Tal vez al inhalar tus pulmones te ofrecen evidencias de aromas diferentes. Anhela en este momento la clarividencia olfativa del perro, para quien los secretos del aire no lo son; ambiciona el paraíso inacabable que abre sus puertas en la punta de su nariz y vuélvete su hermano de aventuras. ¡Eso es! Sacude toda tu modorra y tu pesimismo en la ventana, la fe no es otra cosa que luz golpeándote la cara o la tozudez de un salmón nadando contracorriente, o bien una flecha obstinada que perfora el aire en busca de su blanco.
Es hora de vestirte para recibir estos días de enero que se empinan cuesta arriba, deberás caminar en ellos con los pasos conspicuos de un ciervo. No es preciso que planches tu camisa, basta que esté limpia y aloje en sus hilos la pureza del algodón. No uses corbata, este tiempo necesita otro tipo de elegancias. Tampoco es preciso que tu calzado sea lustroso e impoluto; es uno de los engaños más ridículos y ahora poco convincentes. Busca mejor el resplandor de las palabras que irás tirando al viento por el sendero y ese otro que nace de tu iris al topar tu mirada otras miradas. Hace bien vestirse de silencio cada tanto, resguardar el fuego para cuando un incendio sea imprescindible, cuidar los significados a fin de ponerlos a salvo de tanta estupidez, descolgar las palabras frente a quien las merezca para evitar convertirlas en putillas que se vendan en cualquier esquina sin mayor atractivo que sus faldas cortas.
Es momento de bajar la escalera para buscar la puerta que da a campo abierto, o de subirla si hasta ahora tu destino ha sido un sótano. Canta una canción en el trayecto, sobre todo si debes subir y bajar varias veces. La música ablanda los peldaños y es capaz de recuperar el líquido sinovial de las articulaciones. No temas si al salir o al entrar, o al subir o bajar, el perro araña tus ropas. Un amante fiel como él no porta ninguna enfermedad para tu espíritu ni virus alguno que ponga en riesgo tu vida. De lo único que puede contaminarte es de su canino amor, despreciado casi siempre por su talante peludo, pero infinitamente más pleno que cualquier otro afecto humano.
Antes de salir bebe tu jugo de amor verde de preferencia preparado por tus manos, aunque no vivas solo. Previo a licuar los vegetales, la piña, la naranja, el jengibre y la cúrcuma, agrega una cucharadita de sol y otra de luna guardadas en la despensa, y una más de fe destilada de la luz matinal. Bebe ahora como si fueran los besos líquidos de una mujer salida de una ostra gigante en la orilla del mar.
Es tiempo de salir a la calle, recorrer los días, dar vuelta en las semanas y seguir de frente tras los meses, a boca y nariz cubiertas porque de sobrevivir se trata, pero nada cubra la luz de tus pensamientos. Si has de guardar distancia que sea por respeto a la vida y no por miedo a la muerte; cuando ella llegue habrá de ser tu compañera hasta el final de los tiempos. No te dejes impresionar por los anuncios espectaculares ni por los vaticinios oscuros que se escuchan en la radio, mucho menos por los discursos de políticos que, si acaso, contienen tres palabras verdaderas dentro de cada cien.
Cada que vuelvas a casa revisa en el espejo si sigues siendo el mismo, para que no sea otro el que bese a tu compañera en vez de ti ni otro quien salga de paseo con tu perro. Es muy fácil perderse en la selva del miedo, debilitar las defensas y llegar a creer que no percibes el aroma del jazmín subiendo por tu balcón.
Si sabes rezar, hazlo un minuto cada noche por los caídos y otro más por los que están en la primera línea de batalla. Si no aprendiste a hacerlo porque vives peleado con los dioses, coloca tu mano en el pecho y piensa en ellos, albérgalos un rato en tu silencio.
Luego, duerme. El invierno es frío; sin embargo, hay un fuego, una flama, una vela prendida en algún lugar del sueño.
Después despierta, encendido.