A mediados del 2014, el Departamento de Policía de Chengdu, capital de Sichuan, en China, comenzó a promocionar una campaña de reclutamiento para encontrar a 359 jóvenes, de entre 18 y 30 años, quienes se integrarían a las unidades regulares y de fuerzas especiales; lo que llamaba la atención en la propaganda de dicha convocatoria eran las fotografías de los comandos vestidos de negro -obviamente-, con equipamiento y posturas que nos recuerdan a las películas de acción, armas y equipo táctico incluidos en dichas imágenes.
Se destacaba el comentario de un usuario chino de redes sociales, respecto a la campaña de reclutamiento de la policía de Chengdu, quien escribió: “No existen tales oficiales de policía en la vida real”.
Tan ocupados y preocupados estamos actualmente sobre los temas de “seguridad pública”, que en ocasiones pasamos por alto las cuestiones históricas referentes a los diferentes actores que la involucran: Cicerón -escritor, orador y político romano- expresaba que “no saber lo que ha sucedido antes de nosotros, es como ser incesantemente niños”.
La palabra “policía” viene del latín pŏlītīa, y éste del griego πολιτεία, término que en la lengua griega antigua no tenía el sentido respecto a lo que hoy conocemos como el cuerpo civil encargado de velar para mantener el orden público y la seguridad de los ciudadanos, subordinado a la autoridad política; πολιτεία en griego significaba antaño “derecho de ciudadanía”, relación de los ciudadanos con el Estado, administración y constitución del Estado, etc.
En la Grecia antigua se desarrolló un sistema de control social para sancionar las infracciones cometidas contra las leyes establecidas; en Atenas se elegían, mediante sorteo, diez comisarios de policía, cuyas funciones iban desde vigilar que los tañedores de liras o cítaras no fueran alquilados por más de dos dracmas o que nadie vertiera excrementos a menos de dos kilómetros de las murallas, además de los “Once”, que se encargaban de quienes se encontraban en prisión.
Sobre esta última función, Aristóteles escribe en su “Política”: “la magistratura que es la más necesaria y también la más delicada de todas, está encargada de la ejecución de las condenas judiciales, de la prosecución de los procesos y de la guarda de los presos. Lo que la hace sobre todo penosa es la animadversión que lleva consigo. Y así, cuando no promete gran utilidad, no se encuentra quien la quiera servir o, por lo menos, quien quiera desempeñarla con toda la severidad que exigen las leyes”.
Tal vez por esta razón -expuesta por el polímata griego cerca del año 330 a. C.- es tan complejo el reclutamiento y capacitación de policías que cumplan con la misión de “prevenir y combatir la comisión de delitos, en apego al marco jurídico, con personal comprometido y calificado para salvaguardar la integridad y derechos de las personas e instituciones, que den confianza y certidumbre a la sociedad”, tal como lo especificó en su momento la Comisión Nacional de Seguridad (CNS).
Aurora Antolín García, doctora por la Universidad Complutense de Madrid, puntualiza que “el concepto de policía y el mismo término que lo define, no surgió en los estados y en las lenguas europeas hasta los siglos XVIII y XIX (…) habría que esperar hasta principios del siglo XIX para poder hablar de una policía urbana, al igual que en España, donde la formación de un cuerpo de policía independiente del ejército tuvo lugar en 1824, momento también en el que apareció en nuestra lengua el término policía con esa nueva acepción”.
En México, desde hace más de dos décadas, hemos sido testigos de la continua creación y desaparición de diversas corporaciones de seguridad, desde cuerpos de policía hasta secretarías a nivel municipal, estatal y federal; la justificación es la misma: ser más eficaces en cuanto a las acciones emprendidas en el país para disminuir los hechos de violencia. Aún recuerdo cuando en los primeros años de creación de la extinta Agencia Federal de Investigación (AFI), su fundador Genaro García Luna manifestaba que el saneamiento de las policías comenzaría a notarse y a ser visible en el… 2016. "Cuando el destino nos alcance": la distopía o antiutopía de una sociedad ficticia, indeseable en sí misma.
No debemos olvidar que el interaccionismo simbólico influye los sistemas penales con la idea de que “la realidad se construye socialmente”, y de ello se deriva que el delincuente tiene una personalidad construida por el sistema de justicia penal que lo trata, lo tacha y lo sanciona como delincuente: estigmatización o etiquetamiento.
“El problema se agrava cuando el Estado aprovecha el conflicto de la delincuencia e inseguridad para emitir un discurso de poder, e incrementar su capacidad de control y sometimiento de la población, sin resolver realmente el problema de fondo”, anota José Luis Eloy Morales Brand en su libro “El modelo criminológico en el sistema de justicia penal mexicano”.
“El hombre primitivo dibujaba en las paredes la imagen del animal que quería cazar, y de esa manera pensaba que se acababa la amenaza, pero no tenía nada, sólo tenía la imagen; ahora no dibujamos las paredes, ahora dibujamos tipos penales donde ponemos todo aquello que es negativo y peligroso, y creemos que eso modifica la realidad, la neutralización de todos los males”, son las palabras de Raúl Zaffaroni, durante su conferencia dictada en el marco del XIII Congreso Latinoamericano, V Iberoamericano y I del Mercosur de Derecho Penal y Criminología realizado en Brasil, en el año 2001.
Para prevenir o disminuir los delitos no se debe contar únicamente con la estrategia de ampliar la función o la atribución policiaca: las necesidades sociales deben satisfacerse de manera adecuada; la educación y los valores de los ciudadanos, y de los encargados de las instituciones, deben incrementarse. Los términos “dignificación y “profesionalización”, incluso “Mando Único”, deberían aplicarse de manera práctica a los cuerpos de policía, y no únicamente en el discurso: el equipamiento es importante, el factor humano es primordial.