En dos espacios de Panóptico Rojo, en el año 2014 y con el título “Caput”, tratamos el tema de la decapitación. Hoy retomamos dichos artículos, luego de que la semana pasada, en Sinaloa, siete leñadores fueron localizados sin vida en la zona serrana de El Rosario: “en la búsqueda de los cuerpos se encontraron los siete cuerpos mutilados, están sin cabeza y fueron encontrados ya con 24 horas de muertos”, manifestó el subprocurador en la zona sur de Sinaloa, Jesús Antonio Sánchez Solís, al informativo “Viva la noticia”, además de agregar que en el multihomicidio hubo ‘mucho sadismo’ por parte de los responsables, ya que los cuerpos fueron mutilados con hachas y serruchos.
¿Qué es decapitar? El diccionario de la Real Academia Española señala al respecto: “(Del lat. decapitāre) 1. tr. Cortar la cabeza”. Es uno de los métodos más antiguos de ejecución y puede llevarse a cabo por numerosos medios, entre los que se cuenta el hacha, la espada, el cuchillo, la sierra e incluso, con la ayuda de un alambre. Un instrumento más sofisticado para decapitar, que nos remite a la época de la Revolución Francesa, es la guillotina.
Términos como "delito capital", "crimen capital" y "pena capital" se derivan del latín caput, "cabeza" -que se pronuncia [ˈka.pʊt]-, en referencia al castigo supremo relacionado con la pérdida de dicha extremidad cefálica; es decir, la muerte por decapitación: una manera de denigrar al enemigo, incluso después de haberlo matado, ya que se le quita la parte más importante de su cuerpo.
“Puesto que la muerte por decapitación es mucho más terrible si la realiza una mano torpe, hemos de creer a las crónicas cuando aseguran que en ocasiones se ha puesto la espada o el hacha en las manos más inhábiles o más débiles al objeto de hacer más penosa la muerte de aquellos a los que se condena", señala el autor Daniel Sueiro en su libro “La pena de muerte”.
El efecto psicológico que provoca la muerte por decapitación entre quienes son testigos del hecho, es un elemento clave: tiene una naturaleza gráfica, se enfoca en un individuo y es un acto de profanación del cuerpo. Recordemos que cuanto más escalofriante la acción, más impactante es la 'propaganda' (“Terrorismo y cobertura mediática” en Panóptico Rojo, domingo 5 de octubre de 2014).
El verdadero sufrimiento no tiene lugar en el momento mismo de la muerte, sino durante el tiempo que transcurre para el condenado con la certidumbre de saberse morir, de forma específica e irrevocablemente: la decapitación no es la forma más atroz de asesinar, pero sí una de las más simbólicas: una muerte meditada con anticipación y que no cesa hasta que se extingue el último hilo de percepción. “La barbarie de la espera”, en palabras de Giscard d’Estaing.
Se ha dicho que en el sexenio pasado se rompieron todas las reglas no escritas respecto a la pugna entre grupos criminales. Sobre todo, la principal: dejar fuera de los ajustes de cuentas a la familia, y utilizar la llamada ‘extrema violencia’ únicamente con quien ‘se lo merece’: ‘reglas subjetivas’, también. Aunque ya desde 1989 ”El Güero Palma” comprobaba que las reglas no existen: recibió la cabeza de su esposa en una caja.
Enviar cabezas con un intencionado mensaje escrito se convirtió en una manera icónica de ejercer la violencia y dar relieve a la crueldad, en las pugnas entre grupos criminales, pero también en un medio idóneo de comunicación, pleno de sentido, para la sociedad en general: la decapitación implica que aunque se ha terminado con el sufrimiento del cuerpo, aún no termina el castigo. No es una ejecución ordinaria, como sería la que finaliza con el llamado “tiro de gracia”: es un ejercicio elaborado, una dramatización que muestra el resultado de la violencia y la crueldad ejercidas.
El sociólogo francés Michel Wieviorka plantea que la violencia se ha interpretado a través de tres grandes modelos: el primero la explica “… por el estado de un sistema, su funcionamiento y su disfuncionalidad, sus transformaciones, más que por el autor, el cual en todo caso será visualizado subrayando sus frustraciones”; el segundo se “… centra sobre el autor y asimila la violencia a un recurso que moviliza para alcanzar sus fines; el análisis subraya los cálculos, las estrategias y la racionalidad de la violencia instrumental”; el tercero remite la violencia a una cultura que se transcribe en una personalidad, cierta “naturaleza de un pueblo” o “clase”.
Las decapitaciones en los espacios sociales implican simbólicamente que el cuerpo es objeto de un intercambio desigual: fetiches, propaganda e intimidaciones, divulgación de los motivos de las partes en contienda. Y entre grupos criminales, entre más terrorífico se piensa que es más eficiente el mensaje: la crueldad escala.
Una de las dramatizaciones más recordadas es la que ocurrió en el bar “Sol y Sombra” en el estado de Michoacán: cinco cabezas separadas del cuerpo estaban colocadas sobre el blanco piso del bar ubicado en Uruapan, en el área correspondiente al sitio de baile, teniendo como fondo numerosas sillas vacías, también de color blanco. Las testas rodeaban una cartulina -también blanca- en la que se leía: “La familia no mata por paga, no mata mujeres, no mata inocentes, sólo muere quien debe morir, sépanlo toda la gente, esto es justicia divina”
Un día después del suceso, como se consigna en medios impresos, “Sol y Sombra” ya se encontraba abierto de nuevo, con las meseras cobrando 10 pesos por pieza bailada: “según las crónicas ese mismo día un hombre con listas de canciones iba preguntando entre sonrisas: “¿Cuántos tacos de cabeza? No es cierto, jefe, cuál le tocamos”.
La cabeza que Carlos Fuentes se imaginó en su novela “La voluntad y la fortuna”, en el año 2008, acababa de ser arrancada a machetazos de su cuerpo y andaba perdida en la costa del Pacífico mexicano: su dueño había sido un hombre de 29 años, moreno y flaco, de 1.78 metros de altura: la cabeza reflexiona sobre su situación y sobre la posibilidad de aún tener un alma: dadas las circunstancias de violencia actual, quienes aún tenemos vida… ¿aún tenemos alma?