En ‘Panóptico Rojo’ adelantamos este día una felicitación a los abogados que defienden la alcurnia de la profesión, y de manera especial recordamos a aquellos que han fallecido y se han adelantado en el camino.
Es necesario señalar este domingo que a partir del 18 de junio pasado, el sistema de justicia penal acusatorio está operando de manera total en el país; es decir, para todos los territorios y para todos los delitos, tanto en el fuero común como en el federal.
Sin embargo y según el informe “Hallazgos 2015: Evaluación de la implementación y operación a ocho años de la reforma constitucional en materia de justicia penal”, presentado en mayo pasado por el Centro de Investigación para el Desarrollo AC (CIDAC), los 32 estados tardarán 11 años en tener los avances suficiente para garantizar el óptimo funcionamiento del sistema penal oral acusatorio, que sustituyó al “ineficiente sistema inquisitorio” aplicado en México: “Aún no estamos cerca de contar con un sistema de justicia penal eficaz, eficiente y que asegure el respeto de los derechos humanos de los imputados y las víctimas”, se destaca en el documento.
El CIDAC también estableció un “ranking de avances” por estado, con un puntaje máximo de mil puntos: Guanajuato fue el primer lugar -aunque sólo registró 648 puntos y sus avances corresponden a lo planeado para 2013-, mientras que los últimos lugares fueron para Sonora -con 260 puntos-, Guerrero, Colima, Coahuila y Campeche. Morelos obtuvo 404 puntos y la Ciudad de México, 289 puntos.
Pero retomemos, estimado lector, el motivo central de este espacio respecto a la fecha del 12 de julio; lo invito a recordar algunos datos que ya hemos compartido con anterioridad.
En el proemio de la obra “De Institutione Oratoria”, Marco Fabio Quintiliano nos indica su propósito: la educación del orador perfecto, mismo que en la antigua Roma era el advocatus (deriva de vocare, “llamar”, “abogar”), que con su elocuencia acudía a la defensa de sus representados en el foro.
Roma nos legó los conocimientos de jurisconsultos como Ulpiano, cuya fórmula: “Honeste vivere", “Alterum non laedere" y “Suum cuique tribuere”, es decir: "Vivir honestamente", “No dañar a otro" y "Dar a cada uno lo suyo", constituyen preceptos simples de conducta recta, no sólo para abogados, sino para todos los seres humanos.
La profesión de abogado comprende hoy en día no solamente la misma función que ejercían en Roma los oradores, sino también la de los jurisconsultos; Cicerón, por su parte, definió al orador como un hombre virtuoso (vir bonus), diestro en hablar (dicendi peritus) y que sabe utilizar la perfecta elocuencia para defender las causas públicas o particulares.
En Egipto, con la aparición de la escritura, se desplazó la alegación verbal en los tribunales, ante el temor de que la mímica de los oradores sedujera a los jueces.
Fray Bernardino de Sahagún, en su Códice Florentino, específicamente en el Libro Décimo, Capítulo Noveno -“De los Hechiceros y Trampistas”-, relata pormenorizadamente la actividad del “Procurador” o “Tepantlato”, cuya traducción, según Fray Alonso de Molina en su obra “Vocabulario en Lengua Castellana y Mexicana y Mexicana y Castellana”, es: “Tepan tlato, intercesor, abogado” y también “Tepan nitlatoa, abogar o rogar por otro”.
En México, el 12 de julio se celebra el Día del Abogado. La fecha se retoma desde 1960, conmemorando la primera cátedra de Derecho en América, “Prima de Leyes”, en la Real y Pontificia Universidad de México, impartida por Bartolomé Frías y Albornoz, el 12 de julio de 1533; la carrera de leyes que se impartía en dicha Universidad comprendía cinco años de Prima y Vísperas de Derecho y dos cursos más de un año de Jurisprudencia Civil.
En el libro “Formación y discurso de los juristas” del doctor en Derecho Juan Ricardo Jiménez Gómez, se documenta la formación de los aspirantes a obtener el título de abogado en el siglo XIX. Por ejemplo, la pasantía de los juristas en los despachos y la práctica en los juzgados, que exigía la asistencia durante tres a cinco horas diarias para instruirse en el trámite de causas criminales y juicios civiles, el estudio de las jurisprudencias y la realización de diligencias propias de los tribunales.
Jiménez Gómez señala que el nombre dado al primer examen ante una junta sinodal designada era el de “noche triste” (expresión que aparece en varios expedientes de examen de abogado, hasta el año 1887); el nombre era justificado por el bachiller Sáenz, en 1871: “todavía no me abandona la angustia terrible que se apoderó de mi ánimo en aquella noche, que con razón lleva el calificativo de triste”.
Era la primera prueba que el aspirante al título de abogado debía superar, un momento culminante en la carrera y requisito indispensable para ser admitido a presentar un segundo examen, que consistiría en disertaciones leídas ante los examinadores, “máximos exponentes de la judicatura estatal, los ministros del órgano cabeza del poder judicial, llámese Supremo Tribunal de Justicia, Tribunal Superior de Justicia o Suprema Corte de Justicia”.
Sobre los “decálogos” que son visibles en numerosos despachos de abogados, si se entiende a la abogacía o profesión de abogado como la protección y defensa que una persona realiza sobre otra que necesita el amparo de la justicia, comprenderemos que se hayan escrito textos que aspiren a describir, en pocas palabras, la “jerarquía del ministerio del abogado”: desde el de San Ivo, del siglo XIII (“Doce mandamientos”), hasta el de Ossorio, del siglo XX, sin olvidar el “Decálogo del Abogado”, por Eduardo J. Couture, todos confortan y mantienen alerta la conciencia del deber.
También es interesante retomar hoy la opinión del doctor Miguel Carbonell respecto al nuevo papel de los abogados en nuestro país, en un momento en el que “es probable que nunca antes en la historia de México haya sido tan interesante ejercer la profesión de abogado (…) grandes transformaciones jurídicas que exigen a los juristas profundos cambios en la manera de estudiar, interpretar, argumentar y resolver problemas legales”.
Y agrega: “Por un lado, el ordenamiento jurídico mexicano ha cambiado a gran velocidad y de manera muy profunda en los últimos años (…) Por otra parte, hoy en día ya no basta con conocer nuestro ordenamiento jurídico interno, sino que debemos asomarnos también a lo que va sucediendo más allá de nuestras fronteras”; como ejemplo, Carbonell destaca que se citan con mayor frecuencia las sentencias de la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH).
El maestro Arturo Orgaz aseveró en su momento que el Abogado “debe ser como la hoja de una espada: recta, flexible, brillante y acerada". Coincidimos.