Brindemos a los heroicos bomberos nuestro decidido apoyo.
Este domingo retomamos un artículo del año 2015, para contribuir a difundir algunos de los antecedentes respecto a la labor de los bomberos en nuestro país. Tal como se anota en el libro “La Compañía 82 de Bomberos”, de Dennis Smith, un pasaje refiere: “He visto morir a amigos y he llevado muertos en mis brazos. Justa es la razón de haber escogido al fuego como metáfora del infierno. ¿Qué podría ser más espantoso que la lenta agonía de la piel que se chamusca hasta que se obstruye la garganta?”.
En la página del Heroico Cuerpo de Bomberos del Distrito Federal es posible leer una descripción sobre lo que es un Bombero, quien “tiene la mente despierta de un niño y la serenidad de un hombre maduro; que nunca olvida la emoción que se siente al escuchar el ulular de las sirenas, el trabajo realizado en los incendios y los miles de peligros vividos con el paso de los años; un ser humano con más bondad y humildad que el común de la gente (…) Un hombre que no guarda rencores, que no agita banderas, ni vocifera obscenidades, que honra la memoria de los compañeros caídos; el Bombero es un ser humano que no habla de la hermandad entre los hombres… ¡la vive!”.
Y es que en el pasado -aunque ahora cada vez con menor frecuencia, por desgracia-, si un adulto le preguntaba a un niño ¿qué quieres ser cuando seas grande?, muchos pequeños respondían: Bombero. Hoy también recordamos a los llamados “Héroes Anónimos” porque la próxima semana se conmemora en México el “Día del Bombero”, mismo que inicialmente se celebraba el primero de julio pero que en el año de 1956 se hizo el cambio oficial al 22 de agosto, fecha en la que se fundó el primer Cuerpo de Bomberos en la República Mexicana, el primero y el más antiguo a nivel nacional, en el puerto de Veracruz y en el año de 1873.
Históricamente, uno de los antecedentes más lejanos que hace referencia al Cuerpo de Bomberos en nuestro país es un grupo destinado a combatir los incendios en la Nueva España, en los años 1526 y 1527, que estaba integrado por los mismos indígenas que acudían al lugar del siniestro, bajo las órdenes de un soldado español.
Desde tiempos pasados y como parte de una mezcla de creencias míticas y religiosas, el fenómeno del fuego ha sido considerado incluso como un instrumento de castigo divino a los hombres; tal era el arraigo de dicha convicción que los grupos que se dedicaban a sofocar incendios eligieron el día 17 de febrero para celebrar a su santo patrono, San Antonio Abad, el primer fraile que acudió a los incendios a orar para que el fuego se apagara. A partir del siglo XVII se perdió dicha costumbre.
En el año de 1842, la forma de avisar a la población respecto a la existencia de un incendio “era por medio de 100 toques precipitados de campana de la Iglesia más cercana, y la alarma de una esquila (campana pequeña) en el lugar donde se requiriera el auxilio. Sin duda, las campanas más utilizadas para dar la alarma de incendio eran las de la Catedral de la Ciudad de México. Estas disposiciones refuerzan la tradición todavía hoy vigente de la campana, en los vehículos de bomberos”.
Es también interesante lo que señalaba un bando publicado en México el 20 de septiembre de 1862, del que destacan dos artículos. El primero indica que “será obligación del Comandante de Bomberos considerar la magnitud del incendio: salvar a toda costa en primer lugar a las personas; segundo lugar, a los animales; tercer lugar, a los papeles o documentos de importancia; cuarto, las alhajas u objetos preciosos; quinto, los muebles y sexto, el edificio”. Mientras que en el segundo se lee que “la salvación de las personas se verificará en el orden siguiente: primero, los niños; segundo, los ancianos; tercero, los enfermos e imposibilitados; cuarto, las demás personas”.
En la época moderna, uno de los incendios que se recuerda con mayor insistencia y tristeza es el que tuvo lugar un 28 de noviembre de 1948, cuando se recibió la llamada de alarma de que el edificio de la ferretería "La Sirena", ubicada en las calles de Palma y 16 de Septiembre del centro de la ciudad de México, ardía entre llamas; acudió al llamado el segundo comandante José Saavedra del Raso, junto con 60 elementos. Las maniobras para controlar el siniestro no fueron suficientes y una de las paredes frontales del edificio se derrumbó, sepultando a 12 elementos. A partir de ese momento y en reconocimiento a la lucha desesperada por salvar las vidas humanas aún a costa de la propia, se habla de un “Heroico Cuerpo de Bomberos”.
Un decálogo es un conjunto de diez principios cuyo cumplimiento se considera básico para poder llevar a cabo el ejercicio de una actividad concreta; en el caso de los bomberos fue el coronel Evodio Alarcón García -quien combatió más de seis mil incendios durante un periodo de 53 años en el Distrito Federal- el responsable de formular en 1957 el “Decálogo del Bombero”, mismo que se reproduce a continuación: “I.- Son sus normas: La abnegación, el valor y el sacrificio. II.- Protector del pobre o del rico, del débil o del fuerte. III.- Sin banderías políticas o religiosas. IV.- Amigo de la niñez y la juventud. V.- Respetuoso y comedido con el anciano. VI.- Caballeroso y cortés con la mujer. VII.- Duro para el combate y fuerte para el peligro. VIII.- Leal para sus superiores y considerado con sus compañeros. IX.- Hombre gallardo y humilde, incansable en el trabajo. X.- El servicio a la Patria y a la Humanidad son las razones de su vida”.
Coincidimos: Ellos son héroes verdaderos, a los que apenas recordamos, al estar acostumbrados a mirar siempre hacia los paladines de ficción en las pantallas del cine o en la televisión. Pero los bomberos guardan verdaderos corazones heroicos y están siempre dispuestos a extender su mano, de héroe anónimo, para prestar auxilio a quien lo requiera.