Como consecuencia de la importancia que se concede a la confianza, la falta de seguridad en el trabajo y la imposibilidad física de conocer a un número suficiente de hombres para que ocupen las posiciones políticas de alto nivel, los líderes políticos mexicanos han tenido que desarrollar cierto proceso para nombrar a personas en las que podrán confiar personalmente: nepotismo, personalismo y cooptación. La mayoría de gobernadores que ha tenido Morelos sucumbieron ante el personalismo, la desconfianza y la falta de criterio para designar a los miembros de sus gabinetes legales y ampliados, así como a un número indeterminado de mandos medios. Pero hubo una excepción en la figura de Lauro Ortega Martínez (sexenio 1982-1988), a quien siempre pondré como ejemplo de apertura y oxigenación frecuente a toda la estructura de la administración pública estatal. Sin lugar a dudas, ello le sirvió para trascender históricamente. A continuación una historia que nos explica lo anterior. ¿Quién de los cuatro aspirantes a la gubernatura morelense (Adrián Rivera Pérez, Amado Orihuela Trejo, Graco Ramírez y Julio Yáñez tendrá el criterio y la suficiente visión para hacer algo similar?
Una vez transcurrido el protocolo del “destape” (el 24 de septiembre de 1981), Don Lauro se aisló varias semanas de quienes integrábamos un reducido grupo de amigos suyos. Y no supimos de él hasta que nos volvió a convocar en el hotel Posada Jacarandas, sito en la avenida Cuauhtémoc de Cuernavaca, para definir parte de la campaña. La misma mecánica para conformar la Comisión de Prensa y Propaganda fue aplicada por Don Lauro para el resto de comisiones de campaña. El asunto, allá y entonces, impactó sobremanera a quienes se sentían agraciados con la postulación, sabedores de que “se la habían jugado” con el galeno de Xochitepec. Cuan equivocados estaban, aunque cabe subrayar que todos recibieron una oportunidad de colaboración con el gobierno estatal. Ninguno quedó fuera. Y en más de una vez, el doctor Ortega les demostró su gratitud.
Cuando uno de sus colaboradores leyó el proyecto de la Comisión de Prensa y Propaganda, conteniendo los nombres de quienes, de alguna forma u otra, formaban parte de un círculo cercano (pero reducido) a Don Lauro, éste sonrió sarcásticamente y, sin ningún empacho, expresó:
- ¿Es todo?
Nadie dijo nada. Ortega se paró de su silla, tomó un plumón y comenzó a preguntar nombres de personas distinguidas, por diferentes motivos o méritos, entre la sociedad local.
Fue así como brotó el nombre del ingeniero Julio Mitre Goraieb, que en ese momento tenía un padecimiento renal y estaba dedicado a atender una camisería ubicada en la calle Guerrero de Cuernavaca. Mitre fue director de adquisiciones en la gestión del doctor Ortega y, debido a su compadrazgo con Antonio Riva Palacio López, fue presidente municipal de Cuernavaca en el trienio 1988-1991.
- ¡Excelente!- dijo Don Lauro al escuchar el nombre de Mitre, y agregó:
- Quiero más nombres, más y más.
Poco a poco se fue conformando la Comisión de Prensa y Propaganda con una visión mucho más amplia por parte del futuro gobernador. De escasos diez o doce nombres pasó a 40 o 50. Había de todo: de dulce, chile y manteca. Quienes se la habían “jugado” con Don Lauro estaban atónitos. Pero fue el mismísimo doctor Ortega el encargado de tranquilizarlos, con la siguiente explicación:
- Ustedes deben estar seguros de mi amistad. Quien me quiera seguir, adelante, pero no puedo estructurar mi gobierno con puros amigos, ni compadres, ni cuates. ¡Hay que abrir el gobierno! No quiero que se repita conmigo lo que le pasó a Bejarano. Además, a ninguno de ustedes le voy a permitir robar. Tómenlo o déjenlo. Ahora es el momento de decidir.
He aquí el quid del asunto: abrir el gobierno. No cometer los mismos errores del gobernador saliente que, cabe recordar, una vez concluida su administración fue acusado de enriquecimiento inexplicable por la Procuraduría General de la República, ante lo cual se mantuvo prófugo durante varios años. Bejarano no reapareció en la vida pública morelense, sino hasta el periodo de cuatro años de Jorge Carrillo Olea (1994-1998). Solía decir Don Lauro que “es necesario refrescar el gobierno” para evitar el desgaste. A Bejarano siempre se le cuestionó la importación de su gabinete, funcionarios públicos improvisados que, una vez terminado el sexenio 1976-1982, en su mayoría emigraron de Morelos convertidos en nuevos ricos. Y ni qué decir de lo acontecido en el periodo 1988-1994 (el de Antonio Riva Palacio), del cual todos los funcionarios salieron desprestigiados, pero enriquecidos.
Algunos teóricos sobre el reclutamiento de la clase política mexicana han analizado el concepto del personalismo, fenómeno que aún se presenta cuando un gobernante debe integrar su gabinete recurriendo al nombramiento de gente de confianza, allegados, etcétera, lo cual Don Lauro evitó en su gobierno. El mandatario abrió el gobierno a colegios de profesionales, cuya participación fue relevante para diseñar los cimientos del sistema que a la postre sería conocido como Comités de Planeación para el Desarrollo Municipal (COPLADEMUN). ¿Quién –insisto- de los actuales aspirantes al cargo de gobernador tendrá el suficiente criterio y libertad para abrir su administración? Primero analicemos la conformación de los comités de campaña y luego seguimos con el tema.
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