La escalada de precios que contrasta con un incipiente incremento al salario se traduce en un debilitamiento del poder de compra que a su vez termina en baja permanente de las ventas en el mercado de consumo, generando una especie de círculo vicioso.
La denominada clase media viene en descenso; es el sector que mantiene la economía a flote, porque se trata de la pequeña y mediana industria que ofrece el mayor número de oportunidades de empleo, pero se encuentra prácticamente arrinconada. Los capitales transnacionales, representados en los grandes centros comerciales, y la gran industria toman control casi de todo, eliminando a su paso oportunidades que antaño daban posibilidades de un mejor nivel de vida por los mayores ingresos.
El encarecimiento de la vida no es otra cosa que la concentración del capital a costa de la marginación de las mayorías absolutas. La interrogante es, ¿hasta cuándo podrá resistir la cuerda? Lo que vemos cotidianamente es el producto de esa errática política económica que pareciera no llevarnos a escenarios tranquilos.
Pero hay que ser muy claros. Los responsables de lo que estamos viviendo son los políticos de todos los partidos y corrientes, que no parecen entender el sacrificio al que ha estado sometido el pueblo desde hace décadas, y siguen apretando el cinturón y parece que se llega al límite.
Ésta parece ser una temporada de las más difíciles para la mayoría popular. Desde el seno familiar se han tenido que diversificar las actividades productivas a fin de lograr algunos pesos adicionales a la aportación del padre o la madre, para poder sortear el temporal.
En la vía pública, las banquetas, plazas y demás espacios de nuestro entorno cercano proliferan los negocios improvisados. El comercio ambulante vuelve a romper los controles gubernamentales para multiplicarse, en una acción que sólo busca el modus vivendi familiar.
En contraparte, si usted trata de buscar a alguno de nuestros representantes populares, ya sea en los Ayuntamientos, el Congreso local o funcionarios del Poder Ejecutivo, se encontrará con que la mayoría de las oficinas estuvieron cerradas días supuestamente activos. Los responsables están vacacionando y muchos de ellos al otro lado de las fronteras, incluso dos que tres más allá de los océanos continentales.
Amparados en el presupuesto público, siguen con una vida de privilegios que no corresponden ya a un estado y un país con los problemas que estamos describiendo. Pero es la insensibilidad y falta de consciencia lo que los lleva a poner en riesgo la endeble paz social que enfrentamos.
Síntomas de todos estos males son la presencia de las fuerzas públicas por todos lados, pero no sólo de aquellos a quienes compete perseguir a los delincuentes, prevenir el delito o aplicar las leyes, no; el Ejército y la Marina tienen que desarrollar tareas que no les corresponde por el desbordamiento de la delincuencia que llega a acciones de escándalo.
En el caso muy particular de Morelos, la mayoría de los "servidores públicos" se llevaron en promedio unos 300 mil pesos por concepto de salario y prestaciones de fin de año; algunos llegaron a los 500 mil. Sin mayores problemas, pasarán dos o tres semanas en el extranjero gastando el dinero del pueblo en dólares, euros y otras monedas de países lejanos.
Mientras tanto, el 80 por ciento de los morelenses tendrá que enfrentar estas fiestas que se prolongan hasta el Día de Reyes, con dos o tres mil pesos en el bolsillo, que en una pasada al mercado o al súper resultarán insuficientes para adquirir los insumos para una cena de lo más sencilla.
Esa insensibilidad política y gubernamental es la que empuja al país, al estado a condiciones muy delicadas que empezarán a multiplicarse con el declive natural del sexenio, tanto local como federal.
Ojalá que la paz navideña y de año nuevo haga florecer las consciencias de quienes siguen utilizando el ejercicio del poder público para salir de pobres a costa de la marginación colectiva. De no ser así, nos esperan tiempos peores.