La realidad es que cerca de 300 reos participaron en un intento de fuga y hasta se insiste en la apertura de un boquete en la torre ocho de seguridad, aunque no pudieron concretar el objetivo.
Tenemos que reconocer que las instancias públicas han logrado contener en mucho la fuga de información de este centro de reclusión a tal grado que poco se sabe de lo que dentro viene dándose, que no es muy distinto a la larga historia de trapacerías.
Por donde se le quiera ver y conforme a algunas expresiones de quienes tienen contactos ahí, aquello continúa siendo una mina de oro sobre todo del lado de la comercialización de estupefacientes y bebidas alcohólicas.
Quien entra ahí tiene que pagar por todo si no quiere ser víctima permanente de un autogobierno que es el que realmente dispone de lo que se hace. Las autoridades formales están casi de parapeto.
Aclaramos que no es nada novedoso. Eso ocurre desde que el penal se encontraba en lo que hoy es el Parque Acapantzingo, aquí en Cuernavaca, y cobró mucha relevancia el caudal de billetes que de ahí salían hacia diversos despachos del gobierno estatal en el primer trienio del sexenio de Sergio Estrada Cajigal Ramírez.
En aquellos entonces, del 2000-2003, se hablaba de unos 900 mil pesos quincenales; hoy debe ser una cifra bastante más bondadosa, porque todo va en ascenso.
Pero lo de ayer es un reflejo de que los centros de reclusión se han transformado en una especie de universidades del crimen, donde quien entra por algún delito menor con dos o tres años preso saldrá con muchas mañas para continuar la carrera delictiva.
Es una amarga historia de injusticias, vejaciones, violaciones a los derechos más elementales del ser humano. Ahí se pierde el orgullo y cualquier valor por arraigado que esté, porque la vida misma no tiene razón de ser en medio de la podredumbre.
Se dice que la inconformidad se originó por rechazo al nombramiento de nuevas autoridades o en rechazo precisamente al autogobierno que se estaría pasando de lanza, como dicen los chavos.
La realidad es que de ningún modo se trató de un simple pleito entre grupos; fue mucho más grave. Por ello se hizo necesaria la presencia de elementos del Ejército Mexicano y de la Policía Federal para intentar sofocar la inconformidad.
Y esta ocasión fue propicia para que aparecieran todo tipo de instrumentos de ataque entre los reclusos, artefactos hechizos pero bastante efectivos para causar daño grave.
El penal de Atlacholoaya es un pueblo en pequeño, hay de todo, pero, ya imagina usted, buena parte de la delincuencia está reunida en un mismo lugar. Por su puesto que lo que menos se ve son los buenos ejemplos.
Hay personajes de alta escuela en la delincuencia, llámense violadores, secuestradores, distribuidores de enervantes, que miden fuerzas entre sí, como en las manadas de animales, para definir quién es el que manda e impone su autoridad.
Los más agresivos son los que gobiernan con el consentimiento de las instancias oficiales, porque además pareciera ser una estructura indispensable para medio mantener las cosas en paz.
Desde luego que esos "cabecillas" cuentan con una serie de canonjías, como aparatos electrónicos en su celda, derecho a comida de excelencia, concesiones para la operación de negocios diversos con los que se puede comercializar lo que se le antoje, con la única condición de “pasar corriente”.
Bueno, no pocos disponen de dormitorios especiales fuera de la muchedumbre y poseen celulares y cualquier medio moderno de comunicación, porque son coadyuvantes de la autoridad.
Ya se imagina usted lo que le puede pasar a todo aquel que “raje” o filtre información de todo lo que ocurre ahí; seguramente no tendrá muchos días para contarlo y además de ocurrir algo grave, se maquillará como producto de alguna enfermedad, al fin que ni a los familiares dejan entrar cuando las condiciones así lo demandan. Es realmente terrible y eso de "readaptación social" es una expresión que no se ajusta a lo que acontece.