En este estado, sin ir muy lejos, todavía hay signos claros de injusticia, miles de familias que sufren los estragos de la insuficiencia en ingresos, que los lleva incluso a no tener insumos para ofrecer a sus miembros tres alimentos al día, aunque en otros espacios existan excedentes y hasta desperdicio.
Hablamos del tema, porque a decir del presidente del Consejo Nacional del Banco de Alimentos en México, en nuestro territorio diariamente se desperdician más de 30 mil toneladas de alimentos útiles, sobre todo en restaurantes, centros de distribución y venta, como los mercados populares y desde algunos hogares.
Bueno, el señor dice igualmente que a nivel mundial, ese desperdicio alcanza el millón 300 mil toneladas al día, que no son aprovechadas y van a la basura, en tanto que millones de personas mueren por falta de comida y eso es bastante penoso, porque habla de las profundas desigualdades sociales y falta de consciencia de aquellos que teniendo la posibilidad, prefieren tirar la comida, antes que donarla a instituciones que pueden hacerla llegar a quienes la necesitan para medio vivir.
Morelos no escapa a estas inconsistencias, hay una deshumanización creciente, sin embargo podríamos sostener que mucho tiene que ver la pérdida de valores, la ausencia de vocación de servicio de quienes nos gobiernan, ya sea desde un municipio, el estado o las representaciones sociales como el Congreso local.
Durante algunas décadas, la clase-política solía admitir en sus discursos, la gran deuda que tenía con las clases obrera, campesina o popular, refiriéndose precisamente al sacrificio que esos mexicanos tenían que hacer para poder responder a las crecientes aspiraciones de ingresos del gobierno, por la vía fácil de elevar los impuestos. La clásica era que había que “apretarse más el cinturón”, pero hoy día, a los políticos ya hasta se les olvidó que los pendientes siguen acumulándose.
Cuando se observa superficialmente la problemática ciudadana parecieran no apreciarse los grandes contrastes que existen, muy particularmente en los niveles inferiores, pero le aseguramos que no hay pueblo ni comunidad o ciudad morelense en la que aún es posible ver a muchos niños ir a la escuela semi descalzos, sin un centavo en el bolsillo y también sin alimento. Por eso nos lamentamos del enorme desperdicio de comida del que hace referencia Francisco González.
El estado hace tiempo que pasa por situaciones poco afortunadas, la industria de la transformación está estancada, sólo son pequeñas y medianas ampliaciones de las empresas ya establecidas, el comercio formal sigue enfrentando condiciones desfavorables y toma ventaja el informal, lo vemos con la multiplicación de los ambulantes que se apoderan de los espacios públicos, con la complacencia o complicidad de las autoridades, que han perdido el orden y el control.
El desarrollo estructural es otra deficiencia clara de hace décadas, las grandes acciones e inversiones públicas no se ven, los gobiernos, no se diga a nivel de municipios, no pueden ni garantizar el mantenimiento de algunos servicios que deben, obligatoriamente, prestar a la comunidad. Tres años de administración municipal pueden ser insuficientes para que el ayuntamiento logre llevar alguna obra mínima a los gobernados, los ingresos propios y las participaciones estatales y federales no les alcanza para pagarse salarios y prestaciones.
Pero tampoco el estado muestra condiciones diferentes en la materia, la huella en la entidad de las dos últimas administraciones panistas es incipiente, acaso ciertas ampliaciones en rubros como la vialidad y no obstante el paso de los años, en buena medida, este territorio continúa mostrando el trabajo que heredara Lauro Ortega Martínez.
Las nuevas generaciones deben desconocerlo, pero el Aeropuerto Mariano Matamoros, la ampliación a cuatro carriles en lo que se conoce como Cañón de Lobos, rumbo a Cuautla, y otras inversiones magnas, corresponden a aquella gestión de un hombre que traía una formación política de alto grado, pero también amor a la camiseta y al estado.
Todavía recordamos que en esos tiempos, que correspondieron a la década de los ochentas, se refería constantemente a los “400 pueblos de Morelos”. Es decir, mientras el crecimiento del Producto Interno Bruto, el industrial, el sector campesino, la propia inversión gubernamental, casi no se ha movido, el estado ha crecido en dos o tres veces poblacionalmente. Ahí están las razones del rezago y el empobrecimiento, con los mismos recursos, ya somos muchos, todos demandamos atención, pero también la mayoría contribuimos vía impuestos a un progreso que no aparece por ningún lado.
No es que queramos ser negativos, pero hace buen tiempo que no tenemos señales positivas en lo que tiene que ver con los satisfactores sociales o el cabal cumplimiento y respeto a nuestros derechos ciudadanos, la seguridad o un empleo remunerativo, por ejemplo.
Casi a diario, a través de los medios informativos, somos mudos testigos de sendos escándalos de figuras gubernamentales o políticos que se aprovechan de sus posiciones en el ejercicio del poder, para cometer toda clase de corruptelas, con base en el erario público.
Al paso del tiempo, el monopolio del poder se ha encargado de desmantelar las instituciones que alguna vez le dieron presencia y prestigio a un país que era ejemplo a seguir en América Latina, hoy día nos hemos convertido en el mal ejemplo, sobre todo cuando hablamos de seguridad y justicia, la impunidad es el signo sobresaliente en los regímenes de las recientes dos décadas. Y mire que la alternancia tampoco logró mejorar el comportamiento de las autoridades, en algunos casos, se siguen dando pasos hacia atrás, tanto, que el viejo partido regresó a la presidencia de la república. Pero el hambre sigue siendo el enemigo a vencer, no se ve como.