La crítica y decepción se multiplican, aún desde el interior de las siglas partidistas que lo llevaron a ocupar la silla del Poder Ejecutivo, porque una vez alcanzados sus sueños, traicionó a todos aquellos cuadros y líderes del Partido de la Revolución Democrática (PRD), a quienes negó espacios en la administración, dando prioridad a una pandilla de advenedizos procedentes de la capital del país.
Sabido es que la presidenta del sistema estatal DIF-Morelos, Elena Cepeda de León, usurpando funciones reclamó la mitad de los espacios del gabinete, para instalar ahí a un grupo de mujeres que traía ya colgadas como lapas desde que se desempeñó como titular de Cultura en la Ciudad de México. Una de ellas, precisamente la Secretaria de Cultura, Cristina Faesler.
Se dividieron el pastel, desconociendo el tiempo, dinero y esfuerzo que muchos perredistas de corazón dejaron en los trabajos de campaña y a quienes dio una patada en el trasero… como agradecimiento a su apoyo electoral.
Por eso decimos que desde el mismo momento en que ganó la justa, comenzó a enseñar el cobre.
Acostumbrado a la demagogia y los discursos parlamentarios, tanto en el Senado de la República como en la Cámara Baja, Graco parece no haberse dado cuenta que a partir del primero de octubre de aquel 2012 era el gobernador de Morelos y debía modificar sus actitudes y sobre todo, respetar la investidura del cargo.
Bueno, todavía pareciera que anda en campaña, sigue hablando de proyectos y de promesas y reiteradamente, justificando su nula productividad, suele decir, sobre todo ante los medios de información, “ustedes lo van a ver, vamos a cambiar las cosas en la entidad”.
Y frente a los reclamos, que luego de sus primeros meses empezaron a surgir por todos lados, por incumplimiento de promesas y compromisos, buscó generar cortinas de humo iniciando una persecución contra algunos ex funcionarios del gobierno de Marco Adame Castillo, mostrando con ello que también había traicionado los evidentes acuerdos políticos apalabrados con aquel, que prefirió ayudar al tabasqueño que al aspirante de su partido, Adrián Rivera Pérez.
Durante meses, se la llevó resaltando la paja en el ojo ajeno e intentando ocultar la viga en el propio, ofreciendo conferencias de prensa, personalmente o a través de algunos de sus empleados del gabinete, para acusar a ex servidores públicos de desvíos financieros, tanto en el sistema de educación básica, como en las áreas de seguridad y prevención del delito.
Es así que le intentó fincar responsabilidades al ex Secretario de Finanzas y Planeación, Alfredo Jaime de la Torre, a quien mantuvo tras las rejas por un buen tiempo, a pesar de que nunca le sustentó nada. Finalmente y por ausencia de pruebas, éste quedó libre hace apenas unos meses. Mostraba así los odios y rencores que se le acumulaban en el alma, por su incapacidad para ofrecer algo significativo en su gobierno para los morelenses.
Comprometido con el gobierno federal desde antes de ser siquiera candidato al gobierno del estado, en impulsar proyectos como el gasoducto y la termoeléctrica en la zona oriente, usó a las fuerzas policiacas para someter con bayoneta y garrote a quienes se oponían o lo siguen haciendo. Para algunos activistas de aquella parte del estado, el asesinato de Gustavo Salgado Delgado vino del régimen estatal.
Donde de plano lo reventaron por la vía legal fue en Tepoztlán. Simplemente le ganaron un amparo de suspensión definitiva en el proyecto de ampliación a cuatro carriles de la autopista La Pera-Oacalco, rumbo a Cuautla, no obstante que ya se habían desarrollado trabajos por millones de pesos en una parte de ese tramo.
Todas esas ofensas se fueron acumulando y ya a sus dos años de gobierno, se apreciaba que Ramírez Garrido se perfilaba como el peor de los gobernadores que hayan pasado por el palacio de gobierno, porque lejos de irse consolidando en el ejercicio del poder, perdía respeto y credibilidad apresuradamente.
Se aproximaba el proceso electoral intermedio del 2015 e inició otra guerra abierta en contra de aquellos que podían significar algún obstáculo para apoderarse de la capital del estado a través de su servil carga-maletas de toda la vida, en ese entonces el Secretario de Gobierno Jorge Messeguer Guillén.
Gestionó recursos federales para realizar algunos remiendos en el centro histórico de Cuernavaca, como las acciones frente a Correos y "el cubo de los abogados" a un costado del museo Cuauhnáhuac, en cuyos proyectos hizo sentir su grotesca fuerza contra el edil Jorge Morales Barud, a quien nunca invitó a los eventos para tal efecto desarrollados, a pesar de que era territorio del alcalde.
Pero el electorado en la eterna primavera le cobró, a nombre de los ofendidos, la factura por la vía electoral, negándole el voto a su pupilo, ahora Secretario de Movilidad y Transporte y Messeguer Guillén, quien hizo gala de un enorme derroche económico para comprar conciencias y sufragios, fue relegado a un penoso cuarto lugar, abajo del PSD, PRI y PAN.
Las facturas cobradas por el electorado el año pasado fueron sustancialmente por tres acciones deleznables de Graco: su nula productividad debido a la rapiña al erario, su fracaso en la promesa de pacificar al estado con el Mando Único y los rencores, odios y persecución a sus adversarios.
Pero si los costos que pagó Ramírez Garrido en su primera mistad de gobierno fueron altos, la percepción hoy es que serán mucho más profundos en el futuro inmediato y los espacios se le acotan para intentar siquiera una reconciliación con los gobernados.
Como que el señor sigue sin darse cuenta que ya sólo le restan dos años cuatro meses, que en la práctica son mucho menos que eso, porque dentro de un año, el ambiente electorero empezará a borrarlo del mapa, y si no reacciona, por mucho, pasará a la historia como un mandatario más que mediocre, despreciado y apestado, a grado tal, que seguramente deberá poner tierra de por medio para evitar la aplicación de la ley en su contra.