La Tinta Insomne

Elogio del cuento polaco

Hay libros que conmueven, libros que instruyen, otros que divierten y también los que son amenos. Pero cuando un lector se topa con un libro que reúne todas esas virtudes y más, se está, sin duda, frente a una obra que será recordada para siempre.

En 2012, Polonia fue el País Invitado de Honor en la edición del 40 Festival Internacional Cervantino. Como parte de esa celebración, fue presentado el libro Elogio del cuento polaco, cuya edición estuvo a cargo de la Dirección General de Publicaciones para la colección «Cien del Mundo» del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Conaculta), en coedición con la Universidad Veracruzana.

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La selección de los textos y el prólogo de la obra estuvieron a cargo de los mexicanos Sergio Pitol y Rodolfo Mendoza.

Ya desde el prólogo, el libro conmueve: las imágenes de una Polonia casi destruida por completo, al finalizar la Segunda Guerra Mundial, remueve sentimientos y no hay sitio para la indiferencia. Sin embargo, el coraje para levantar el país de las ruinas es para admirar.

En el inicio de la obra se da a conocer el antecedente a esa edición que en 1967 corrió a cargo de la editorial ERA: Antología del cuento polaco contemporáneo.

La que se presentó en 2012 incluye a varios autores de la anterior y a otros de generaciones más recientes. Va desde la segunda mitad del siglo XIX, hasta creadores cuya obra no está traducida aún en español, salvo en escasos cuentos.

Esta antología incluye 45 textos de 35 autores; la abre el Nobel de 1905, Henryk Sinkiewicz (1846-1916), con el cuento «Memorias de un maestro de Poznan», y la cierra Daniel Odija (1974), con «El túnel».

En los primeros relatos nos encontramos con retratos costumbristas del siglo XIX en el campo, el levantamiento de las urbes, las ideas de aquella época. Sin embargo, conforme avanzan las páginas, el lector experimenta cambios en el estado de ánimo que lo mismo van de la indignación a la carcajada, que de la tristeza a la alegría.

Lo anterior tiene que ver porque varios de los narradores experimentaron las atrocidades de los campos de concentración nazis, les tocó vivir alguna de las dos guerras mundiales o incluso ambas. (Bruno Schulz, por ejemplo, fue asesinado en el gueto de Drohobycz, en 1942; otros decidieron quitarse la vida a temprana edad.)

Zofia Nalkowska (1884-1954), con «Los niños en Auschwitz; Maria Dabrowska (1889-1965), con su «Peregrinación a Varsovia», o Tadeusz Borowski (1922-1951), con «¡Al gas, señoras y señores!», por citar tres ejemplos, dan muestra de los horrores de las prácticas nazistas durante la ocupación.

Pero no todo es tristeza en este conjunto de 45 relatos. Hay espacio para la risa: Witold Gombrowicz (1904-1969), con «El bailarín del abogado Kraykowski», o Sławomir Mrożek (1930-2013) y sus cinco relatos (contenidos en el libro El árbol, que ya recomendé hace unos meses), hacen que el lector suelte alguna carcajada.

También hay ternura: «Mijalko», de Bolesław Prus (1847-1912), o «Los girasoles», de Bohdan Czeszko; fantasía: Bolesław Leśmian (1878-1937), con «Una aventura de Simbad el marino», o «Los Músicos», de Andrzej Sapkowski (1948).

El libro está repleto de joyas de la cuentística polaca –y universal– y permite contemplar el paso de los años en ese país, el cambio de ideas, la sociedad sacudida y la renovada, la desesperación y la incertidumbre, el miedo y el valor para sobrellevar y dar vuelta atrás a una situación que no sepultó los valores de ese país.

No puedo terminar sin hacer mención de la maestría de Kazimierz Brandys (1916-2000) y su «Cómo ser amada», acaso uno de los textos más brillantes del libro; la grandeza de Władisław Reymont (1867-1925; Nobel, 1924), Bruno Schulz (1892-1942), Jarosław Iwaszkiewicz (1894-1980), Jerzy Andrzejewski (1909-1983), apenas para mencionar a algunos de los escritores contenidos en la antología.

Soy de los que piensan que se aprende más de historia a través de novelas o cuentos, que mediante libros especializados en la materia. Elogio del cuento polacotambién es una clase magistral de historia, un proyector de imágenes que van del campo a las ciudades, de los bombardeos a la felicidad de los amantes, de la ocupación nazi a la renovación de una sociedad; es, ante todo, una muestra de que el arte –la literatura– permite indagar en lo más profundo del ser humano y externarlo a la otredad.

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