Una de las cosas que más disfruto observar es la belleza de los animales. La textura de su pelaje, los colores y diseños de los patrones de su piel. También disfruto de sus movimientos, de la forma particular que cada uno de ellos tiene de existir en el espacio: el sigilo sombra de los gatos, las ráfagas aves al vuelo, la sensual danza de los peces, la solemne marcha de los elefantes. Todo lo relacionado a ellos me fascina: el comportamiento, los lugares en que habitan, los ecosistemas a los que pertenecen. En fin, una importante parte de mi alma es la de un naturalista.
Cuando era niña mi hermano, que es mayor que yo por catorce años, me prestaba unas postales de animales que en la parte posterior eran la ficha técnica de tal ejemplar con algunos de sus datos más relevantes. Yo tendría aproximadamente 6 años y como todavía no sabía leer pasaba horas observando las imágenes e intentando copiarlas a mano alzada. Después aprendí a calcarlas y más adelante a reproducirlas a escala.
El librero de mi abuela Carmelita me ofreció sus maravillas mucho antes de que comprendiera lo que los signos en las páginas significaban. Para mí ya era suficiente con hojear los libros, que en su mayoría eran sobre naturaleza. Ahora que lo pienso y recuerdo, en casa de mi abuela no faltaba algún animal para hacernos la vida más agradable: perros, conejos, guajolotes, gallinas, gatos, peces, etc. Después por un comentario de alguien de la familia me enteré que la abuela, en una época de su vida, practicó alpinismo. Definitivamente tenía alma de exploradora y su gusto se vio reflejado en los libros que adquirió, principalmente de la editorial Reader´s Digest. Sin saberlo inculcó en mí ese gusto por la vida al aire libre, estar un poco más cerca de la fauna y flora que aun podemos disfrutar los que vivimos alejados del bullicio de las ciudades. A veces lamento mucho no tener suficiente información sobre Carmelita. Ojalá hubiera dejado escritas sus aventuras y gustos; su vida… Ojalá todos lo hiciéramos.
El gusto por las historias de aventuras llegó gracias a mi papá, su hijo. Él me leía en las noches historias en donde siempre había un animal en cuestión: Belleza Negra de Anna Sewell; Tonka de David Appel; Los nómadas del norte de James Oliver Curwood o el tan conocido Colmillo blanco de Jack Londón. Tiempo después devoré la colección de novelas de Emilio Salgari de la editorial Orbis. Todavía recuerdo sus pastas color verde botella con una detallada ilustración debajo del titulo de la novela: El continente misterioso, Los pescadores de ballenas, El corsario negro, etc.
Todos imaginaban que tal vez yo estudiaría para ser médico veterinario y no fue así. Esa idea es demasiado abstracta porque la mayoría de los niños tienen un vínculo especial con los animales y todos decimos a esa edad que queremos ser veterinarios o bomberos o pilotos. Pero debo admitir que mantuve esa fascinación intensa durante muchos años de mi infancia, en especial los que viví en Cuautla, Morelos. Un lugar en donde encontraba infinidad de bichitos con sólo salir al patio. Acarreaba cualquier criatura que hallara en mis expediciones al jardín: hormigas, escarabajos, cucarachas incluso llegué a cazar alacranes. Mis caricaturas favoritas tenían animales como protagonistas o se convertían en uno de ellos: Thundercats o Silverhawks. La verdad son pocas las caricaturas que no involucran animales, a los niños les encantan. Los juguetes que con más cariño recuerdo son los pequeños ponys, que en ese entonces si parecían caballos, y unos perros husky de peluche que mi mamá me regaló muy parecidos a los perros reales. Por esas fechas se había estrenado la película de Colmillo blanco y para mí era hacer realidad de otra manera la historia que mi papá me contaba. En ese año él murió; una razón importante para hacer aún más fuerte mi vínculo con el tema.
Cuando cursaba la secundaria y tenía una capacidad lectora más desarrollada comencé a disfrutar libros complejos los cuales también formaban parte de la colección de mi abuela por ejemplo la colección de la naturaleza de TIME-LIFE. Mi abuela falleció y mi hermano se quedó con su colección de libros y seguía prestándomelos. Hasta la fecha yo conservo algunos de ellos los cuales considero mis reliquias.
Un libro que expandió mi perspectiva respecto a los animales fue uno de fisiología animal que era bastante fácil de entender y estaba a punto de deshojarse. La fisiología animal estudia el funcionamiento biológico de las distintas especies. Los análisis pueden realizarse a nivel orgánico o celular. Con estos estudios se logra entender el porqué de su comportamiento. Con ese libro averigüé porque los patitos identifican como mamá al primer ser que ven por diez minutos después de haber nacido. O porque los salmones nadan contracorriente a costa de su vida, entre muchas otras maravillas.
Un regalo muy especial por parte del tema naturaleza para mí, es el gusto por la poesía. Descubrí la poesía gracias a Rubén Darío con Los motivos del lobo; a Máximo Gorki con La canción del albatros; a Juan Ramón Jiménez con Platero y yo y a Esopo con sus fábulas.
Mi carrera nada tiene que ver con la naturaleza o animales directamente, sin embargo, están presentes en todo lo que hago. Son un tatuaje que tiñe toda la extensión de mi piel, mi carne, espíritu y conciencia. Un tatuaje que muta y evoluciona mimetizándose con todo lo que soy igual que una de las criaturas que tanto admiro. Están en mi escritura, en mis diseños, en mis pinturas, en mis gustos. Mi vida está incompleta si no existe un animal en ella. Gracias a mis padres y a mi abuela a lo largo de mi existencia he podido disfrutar de varias mascotas. Aprendí a valorar a los animales, disfrutarlos y respetarlos.
Esta es una de las razones, y tal vez la más importante, de esta columna llamada Expedición nocturlabio y de mi cuenta de TikTok con el mismo nombre. Porque todos tenemos una brújula interna, un magnetismo que nos lleva a sentir el llamando de lo salvaje y desear vivir como una criatura libre, como ya lo ha dicho Jack London.
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