Sociedad
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La bandera quemada

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Cuernavaca, Morelos.- La bandera mexicana que por tantos años fue la protagonista de los homenajes en la Escuela Secundaria número 14 “Profesor José Vizcaíno Pérez” fue introducida en una tina de aluminio. Había un silencio más que intenso, después de que la banda de guerra de la 24ª Zona Militar ejecutó una serie de “toques” y la corneta de órdenes autografío el aire de las canchas deportivas.

Ante cientos de alumnos, ex alumnos, padres de familia, profesores y funcionarios, dos directivos de la secundaria encendieron una tea y el símbolo de símbolos ardió acompañado de un toque marcial de la banda de guerra y envuelto en el artículo 54 Bis, de la Ley Sobre el Escudo, la Bandera y el Himno Nacionales, que dispone que “Cuando se requiera destruir alguna réplica de la Bandera Nacional, se hará mediante la incineración, en acto respetuoso y solemne, de conformidad con las especificaciones que el reglamento correspondiente determine…”

Enseguida, una nueva fue entregada a la escolta integrada por niñas; ésta fue recibida y llevada a resguardo. Eran las 11 de la mañana con seis minutos del 12 de enero de 2018 y el motivo, el inicio de la demolición de la escuela ubicada en la calle Pericón 300, de la colonia Miraval, cuya estructura fue dañada por el sismo del 19 de septiembre de pasado; ésta fue una de las 40 instituciones que presentaron daño.

De acuerdo con la directora, la maestra Yolanda Urióstegui, la estructura tiene más de 80 años y en 1991 se le dio el nombre que ahora lleva y con el que continuará después de la demolición total del edificio.

Después llegaron los mariachis: “Amor eterno”, de Juan Gabriel, abrió la barrera de padres de familia, ex alumnos y curiosos que se congregaron en las canchas. Todos aplaudieron y se pusieron de pie: en los muchachos había expresiones de sorpresa, pero en los adultos se notaba una leve tristeza.

Acto seguido los integrantes del presídium y el público en general se dirigieron a la entrada de la escuela y, armados con marros, algunos directivos y funcionarios invitados golpearon la pared en la que el terremoto había puesto su mortal pie.

“Yo ya me voy/ al puerto donde se halla/ la barca de oro/ que debe conducirme. Yo ya me voy/ sólo vengo a despedirme:/ adiós mujer, adiós para siempre adiós”, sonó la Barca de Oro, de Abundio Martínez, en el sonido y voz de los músicos.

Después hubo un recorrido por las instalaciones.

Esto es parte de lo que observó Galilea Jarillo Celaya, de quince años, quien egresó el año pasado de esta institución educativa.

Ella se enteró que iban a demoler “su escuela” y fue a saludar a “mis amigos”, profesores, directivos, y a “despedirse” de la secundaria.

“Sentí horrible cuando me enteré que el temblor había afectado a la escuela. Esta estaba vieja, pero servía; ese hecho que anunciaron, que la iba a tirar, me hizo sentir muy mal porque recordé todo lo que yo había vivido en los salones de clases, mis amigos, aquí hice muchos amigos, fue algo muy bonito. Algunos maestros muy buenos a los que extraño”.

Galilea también contó que sus padres habían elegido a esa escuela para que estudiara porque era la más segura de Cuernavaca:

“Mientras yo estudié acá no supe de nada grave; aparte de que nuestros padres venían por nosotros y los profesores se preocupaban porque no tuviéramos problemas a la entrada ni a la salida”.

Ella recuerda toda la escuela, los salones, los pasillos, a muchos de sus amigos y maestros, pero lo que más le gustaba eran las canchas:

“En el espacio de una clase a otra había momentos en los que nos permitían ir a las canchas y allí uno podía hacer lo que quería sola o con mis amigos, eso a mí me gustaba mucho y eso lo extraño. Las canchas era un lugar donde podía uno estar sola o acompañada, pero se sentía uno bien. A veces hasta ponían música”.

Pasaba de las 12 del día y no todos fueron al recorrido de las instalaciones escolares con los directivos y funcionarios estatales; algunos se retiraron por la entrada en donde había un gran mural del general Emiliano Zapata Salazar; allí un adulto contaba:

“Afuera, en la salida de la escuela, armábamos muy buenas madrizas, lo recuerdo. Los veníamos a buscar: se creían que tenían la mejor escuela, los cabrones, y eso a nosotros no nos parecía”.

 

 

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Máximo Cerdio

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