Mientras más viva un autor, más podrá escribir. Por ello, la primera tarea del escritor es (pese a opiniones en otro sentido) mantenerse vivo, conservar la vida, aplazar su defunción lo más que pueda. Puede parecer una bobada, pero no lo es, porque resulta harto interesante vivir, a pesar de todo.
Entretanto, el escritor (escritora, escritore, escritoro, écrivain, συγγραφέας, pisarz, qoraa,
Писатель, 作家, etcétera) que quiera continuar su oficio, además deberá mantener la salud en equilibrio, especialmente en los siguientes aspectos: mental y mecánica. Dije mental, no metal, para precisar, aunque de tener partes metálicas deberá cuidarlas, no solo porque probablemente sean parte de su mecánica, sino que su atrofia podría conllevar problemas mentales.
La salud mental es indispensable, porque de ahí viene todo del escritor. Cierto, antes de crear, el artista percibe el mundo con sus sentidos (cualquiera de los que esté en condición de usar, pues no todos los escritores cuentan con todos los sentidos para contar sus cuentos), que en resumen son: olfato, vista, tacto, gusto y oído. Bien que la persona con uniforme de escritor observa el mundo en amplio sentido como le venga en gana, tendrá material para escribir. (Cierto que algunos no escriben de lo que ven sino de lo que piensan, pero el lenguaje y las ideas vienen dadas por el contexto donde nazcan, crezcan, se reproduzcan y mueran).
De la mente, decía, viene todo. Es ahí donde de gesta su obra. Es como una máquina y a la vez una fábrica o fuente finita de creatividad infinita. El escritor piensa (se lo juro, por dios que ya murió), luego, el escritor inventa, más tarde acomoda sus ideas y por fin da el paso de escribir.
La mente es o puede ser creadora y destructora, y es ambivalente, de ahí emergen el cielo y el infierno, la luz y la sombra, amar y querer, Francisco I. Madero, el ser y la nada, el yo y el superyo, Pituca y Petaca, el poder y la gloria, el agua para el chocolate, Viruta y Capulina, Jesús, María y José, sin pecado concebido, la familia, la propiedad privada y el amor, aserejé.
La mente es tremenda, ¿no es verdad? Bueno, pues es la principal herramienta de quien escribe, sin embargo, su equilibrio es frágil, su mantenimiento resulta difícil, sus recuerdos pueden ser devastadores y su funcionamiento es, cuando menos, indescifrable. Entonces, usamos una cosa que no sabemos cómo funciona, para dar como resultado productos que mucha gente no comprende. Que no comprende, al menos no siempre, no todo, pero que sí disfruta. ¿Cuántas veces leíste un poema sin saber de símbolos, metáforas ni rimas y te gustó porque sentiste algo? A eso me refiero.
La salud mental en México es precaria. No debería pedirse a los escritores que estuvieran más equilibrados que su sociedad, porque si fueran demasiado diferentes a ella no podrían retratarla ni criticarla a cabalidad. Bueno, sí, estamos un poco locos, pero también solemos ser astutos, con lo poco o mucho de materia gris con que la naturaleza tercermundista de donde nacimos nos haya dotado.
Por otro lado, hay que cuidar la mecánica del cuerpo. Si bien es cierto que puede escribirse dictando a otra persona (como el ciego de Borges o el ocioso de Arreola) o por medio de sofisticados sistemas informáticos (como hace con gracia el maestro Stephen Hawking), en general, a los escritores nos gusta hacerlo por cuenta propia y, si contamos con las dos manos, usándolas ambas. Varios escribimos (algo o mucho) a mano, caligráficamente, para luego dictar o encargar la trascripción u otra cosa para fijarlo como tipografía, aunque la mayoría de los escritores que yo conozco (yo mismo) escribimos en una computadora, tecleando con todos los dedos disponibles o hábiles para ello, por medio de un teclado, mientras comprobamos lo escrito en un monitor o pantalla. Luego corregimos y revisamos.
Por lo anterior, es prudente cuidar la mecánica del cuerpo de uno para poder seguir escribiendo con el mismo, porque nuestro oficio es la palabra, cierto, pero lo expresamos con el cuerpo. “Mente sana en cuerpo sano”, dijo Juvenal; “Salud mental y mecánica”, digo yo. Gracias.