Escribir es combatir el silencio. Es falso que los silencios digan algo. Los silencios callan algo, poco o mucho. Sí, puede ser con una intención, pero también sin ella. El silencio es parte del discurso, pero solo como un hueco, no como un contenido pleno. El silencio no significa, el silencio es una breve pérdida de significado dentro de un texto, un espacio de descanso, un remanso de calma, una esquina vacía.

Hay poetas que mienten diciendo que crean con el silencio, que el silencio es su pasión y que trabajan para con de desde en entre hacia hasta para por el silencio. Pensemos: es como si el carnicero en vez de chorizo vendiera la pura tripa seca y dijera que en esencia es lo mismo; o si el cantante se quedara mudo frente al micrófono tres minutos y pidiera aplausos; o como si te vendieran una quesadilla sin queso ni guisado, la pura tortilla; o como si vieras una escultura hecha de aire; o como si en una comedia el actor intentara burlarse del público.

En especial, hay poetas preciosistas, que publican un solo verso (y muy breve) por página, en un supuesto poemario de unas 80 páginas (80 versitos), obviamente publicado por el Estado, gracias a los favores de algún amigo suyo igual de patético. ¿Por qué son así? Creo que porque tienen muy poco que decir.

El público lector espera que el escritor hable, que diga algo, que escriba cuanto pueda, no que se quede callado o que presente páginas en blanco. En efecto, hay textos en extremo breves, pero en su pequeñez pueden expresar bastante, sin necesidad de ser petulante diciendo “es que yo hablo más con el silencio que con las palabras”.

Se puede construir con silencios, pero el silencio no es el discurso mismo. Para levantar un edificio verbal hacen falta los pilares de las ideas, representadas con palabras, aunque también existan espacios vacíos, pero no hay que confundir la parte (la no-parte) con el todo. El silencio puede ser útil, pero no es indispensable. Puedes saciarte de palabras en un texto (sentidos, significados), pero no de silencios, porque, si no, escribirías la nada.

El escritor calla cuando no tiene nada que decir, no al revés: o sea, si me quedo callado es porque no sale nada de mí, pero no es que salga de mí un silencio, eso es lo falso. El escritor destruye el silencio con su ruido, sus palabras, sus frases, textos, poemas, cuentos, ensayos y hasta con las barbaridades que publica en Facebook a las tres de la madrugada, pleno de ansiedad, loco porque alguien lo lea. El escritor habla y escribe porque tiene algo que decirle al mundo. Lo contrario sería decir: “Tengo algo que callarle al mundo” y pues no.

El silencio no dice nada. Otra vez: el silencio dice nada. El silencio es nada, la nada, lo no dicho, la paz y la armonía, el aburrimiento. Cierto que quien calla no se compromete, quien elije el silencio se ahorra el debate, el diálogo, la crítica, la confrontación. Cuánto escritor obediente hay por ahí buscando su beca de gobierno para “escribir sus silencios”, caramba. Parecen olvidar que ni el miedo ni el silencio son propios del poeta, quien vive más por los textos que incomodan y alborotan.

La palabra es creadora: escribe algo, publícalo y espera un resultado, lo habrá, poco o mucho, de parte de quien te lea. La palabra inicia cosas, comienza algo. Puedes iniciar una guerra o una historia de amor con una oración, pero nunca con un silencio. Imagínense dos mudos queriendo pelear: hará falta más imaginación y otro lenguaje para que lo consigan.

Cierto, el silencio puede interpretarse, pero eso es más asunto del lector (siempre inteligente), que del escritor (siempre apasionado). El lector ve el texto, lo lee, lo interpreta, lo hace suyo; lo mismo pasa cuando encuentra un silencio, aunque, pensándolo bien, no necesariamente, porque puede solo pasar por encima de los silencios y continuar leyendo. Ningún lector dirá: “Sí, de ese escritor recuerdo mucho sus silencios”.

Gracias por ayudarme a combatir el silencio, leyendo esta columna, discutiendo ideas, criticando, hablando, creando.