Conocí a Ramón Corona hace veinte años, cuando algo me llevó al trasfondo de su librería La Rana Sabia en el centro de Cuernavaca, de la que yo había oído hablar desde niño. Aunque iba por algún negocio, fue un descubrimiento interesante y el inicio de una amistad.
Corona ya era viejo y algo desconfiado, luego de varios desatinos con amistades y enemigos. Su carrera era larga y conocida, su persona un personaje indispensable en la Eterna Primavera y en el mundo editorial del centro de México, como comprobé después. Con su forma sencilla y su nobleza, no presumía ser conocido por editores, distribuidores, libreros, escritores y lectores, en muchos de los cuales esparcía su generosidad.
Aquella vez no concretamos nada, pero nos caímos bien. El resto fue compartir, no como iguales, algo fuera de lugar, sino como puede ocurrir entre el hombre sabio (incluso de sus errores) y el joven inquieto y enérgico (torpe aún). Pronto me confió escabrosas anécdotas que no puedo contar por involucrar a otros personajes; no lo hacía por maledicente, confiaba en mi discreción.
Cada que nos encontrábamos, me compartía secretos de la vida profesional y detalles de su vida personal que enriquecían mi visión de las cosas. Solía preguntarle algo y él, con su inquieta sobriedad, más que darme un consejo me contaba historias, algunas de las cuales le sugerí escribir y publicar, siendo ignorado por completo.
Llegué a quererlo y a compartir más pláticas, cafés y libros. Le compraba títulos que me vendía hablándome sobre ellos, pero también llevaba de mis libros a su local de La Rana de la Casona, donde además di talleres e hice muchos eventos.
Tomando como eje la cultura, la edición, la escritura y la neurosis, hablábamos de nuestras familias, de la violencia en el país, de la época en que nos tocó convivir y hasta de política, la cual despreciaba soberanamente. Por momentos me conmovía conocer de sus ideas, decisiones, acciones y aprendizajes.
En una charla a fondo me contó lo que pasó con su gran librería, cómo cerró y por qué llegó a ese punto, luego de ser un empresario exitoso por décadas. No lo juzgué ni indagué demasiado, fue un golpe de realidad sobre lo contingente de la vida. Alguna vez lloramos por cualquier cursilería.
Ramón no se ahorró experiencias en su trayecto, según entiendo. También fue editor (sobre todo inversionista) de revistas como El Zapatista Ilustrado y del sello La Rana del Sur, con los que apoyó a un grupo de creadores, más locos que él, pero oficiosos. Planeamos varias veces proyectos juntos, pero solo hicimos una especie de libro pirata, que nadie conoce y que logramos como una travesura, pero también como una justicia ante el sistema capitalista global; nos divertimos.
Ramón cultivaba el humor de la inteligencia, fino y elegante. Yo le admiraba que a pesar de tanta calle no era vulgar, sino decente, de buenas formas y atinado en sus comentarios. Su lenguaje era destacado, no solo por el bagaje forjado en miles de lecturas y millones de conversaciones, sino porque en él era una elección.
Fue un hombre de letras sin asumirlo necesariamente, sin petulancia. Prefería ayudar y ser parte del fomento a la cultura, que crear un halo de misticismo a su alrededor. No cobró cuotas por ser ni por hacer, vaya tipo libre y reaccionario. No formó un grupo que lo admirara, sino amistades libres por doquier.
Conocí además a un padre orgulloso de sus hijos, también a un ser desapegado en su forma de vivir, lo mismo que a un tipo solidario y pasional. En esta perspectiva, puedo verlo como un hombre renacentista, o humanista, no perfecto, sino humano en toda la extensión, y valeroso.
El Callejón del Libro fue su último bastión de resistencia. Ahí se le veía en su elemento, aunque ya cansado y a veces refunfuñando, pero siempre presto al diálogo, al humor y a la anécdota. Será recordado por muchos años en Cuernavaca. Nos encantaría ponerle a una calle su nombre.
Gracias, Ramón, por tu amistad y cariño y por ese libro que ya nunca te devolveré. Y ahora sí: sobre el muerto, las coronas.
#danielzetinaescritor #unescritorenproblemas #ramóncorona