Soy una persona, pero también un personaje. Esto no será nuevo para algunos, sí para otros. Revelaré el misterio, transparentaré mi pensamiento. Lo hago como una catarsis, también como un acto de congruencia, quizás de madurez.Cuando comencé a escribir y publicar en medios obtuve una respuesta del público, lo mismo cuando hice lecturas y presentaciones. Llegó a mí una ola de vanidad que me volvió banal, porque el aplauso es algo que puede aturdir la mente de un joven escritor, te lo aseguro, me ocurrió.
Me volví un ser pusilánime que solo quería ser reconocido y me creí la falsa admiración de quienes me miraban. Fue ridículo, pero pasó hace unos dieciocho años, no creo que alguien recuerde mis trivialidades de entonces. Cuando comprendí que mi oficio era escribir y hacer libros y me enfoqué en aprender, dejé de lado la vanidad supina, pero no negué mi ego, es decir, mi yo, mi ser creativo. Entonces hice un pacto conmigo mismo, en el sentido de que no dejaría que me ganara lo superfluo, pero tampoco perdería lo ganado.
Con base en algún ejemplo que vi en su momento, nació por decisión propia el personaje llamado “Daniel Zetina escritor” o como algunos lo conocen “El maestro Zetina”. Esto me dio una nueva libertad y a la vez me permitió la prudencia y la discreción que necesitaba.Me explico: en un principio todo era igual para mí o en mí: la persona y el artista convivían no tan felices en mi cotidianidad, siempre había una lucha interna. Separarlos fue algo eficiente, aunque no fácil. Así, el artista es todo lo que quiere ser y la persona conserva su individualidad.
La persona que soy, o sea, Daniel, es libre de ser sí mismo, sin necesidad de adoptar la pose de artista o intelectual o sabio que a veces la gente cree ver en él. De este modo, yo vivo tan normal como se me dé la gana. Claro, sí, Daniel también es raro, pero hace cosas comunes como tomar un helado, equivocarse, amar, jugar, ir al gym, conducir un auto.Luego viene el modo activado de artista y entonces las cosas varían. Ahí, el Zetina crea obras con alguna intensidad, atiende públicos, da conferencias, dialoga en medios, debate, provoca, critica, inspira. Es un personaje que admiro, porque tiene energía y certeza, puede pararse en cualquier lugar o momento y no tendrá dudas de que el arte cambia el mundo para bien, comparte y es generoso, vende libros y aprende, observa y enseña.
La persona que soy, el hombre que habito y que he construido, no siempre es creativo y sociable, a veces es sensible y pensativo, también torpe u optimista. Ambos individuos, persona y personaje, conviven en armonía. En mi casa soy sobre todo Daniel; en los escenarios, Zetina. Algunas personas y públicos conocen y conocerán a Zetina, nunca a Daniel. Tengo amigos personales, que saben quién soy, de dónde vengo y cómo lleguéhasta aquí. Mis amistades son profundas, de muchos años, y nunca hay nada que explicar, con ellos es solo un fluir constante.
Quienes conocen al escritor Zetina (editor, tallerista, maestro, artista, etcétera) saben lo que hace y lo que comparte (con mucho cariño, eso sí), pero no necesariamente ven a la persona y eso está bien. Estar expuesto es cansado, ocioso y hasta denigrante. Por eso encuentro un equilibrio en mi ser binario. Como escritor ofrezco lo mejor de lo que hago, con un propósito humanista y estético; puedo sublimar la realidad y reflejar el mundo desde mi perspectiva.Como persona, disfruto vivir en calma o con mis pasiones, de forma privada, con reservas y discreción, sin dar explicaciones ni tener que convencer a nadie de nada.Por cierto, yo tengo cuarenta y dos años, el personaje apenas diecisiete.
Estos dos elementos viven en mí. Estas dos cosas soy: soy Daniel y soy Zetina, siempre ambos, pero cuando los separo (o pretendo hacerlo) pongo las cosas en su justo lugar: mi vida por un lado, mi labor artística por el otro. Además, creo que así he encontrado un equilibrio que me permite dar lo mejor de mí. Gracias.
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