Se dice terco a quien insiste en algo a pesar de que vaya contracorriente o de que el sentido común falle en su contra. Parece ser el ímpetu de todo artista, aunque no lo es tanto. Hace falta mucho más que ser terco para dedicarse al arte. Hay otra virtud (o defecto) necesario para mantener la carrera artística: paciencia. Quizás no se entienda terquedad sin paciencia, ¿qué opinas?
Vivir del arte (con, él, para…) es una decisión que muchas veces no se toma conscientemente. Yo no creo haberlo pensado mucho, la vida me llevó a este estadio de la acción y aquí ando, pero de haberlo reflexionado tal vez me habría dedicado al derecho o la economía. Mi vida estaría llena de cosas innecesarias y superficiales, pero seguramente viviría más tranquilo.
Mi amada e intensa abuela decía que en nuestra familia la genta era terca, aunque también hablaba de necios y obstinados. En algo tenía razón. Una de las terquedades más claras en mi familia es la necesidad de ser uno mismo, la defensa de la personalidad, la afirmación de la identidad, ignorando opiniones vacuas. Quizás por eso el arte me fue afín, aquí puedo ser lo que se me dé la gana, además de hacer lo que me gusta: libros.
¿Entonces ser artista es una terquedad, señor Zetina? Pues no, ser artista es sublimar la realidad, pero para llegar a serlo, a veces es necesario terquear y no quitar el dedo del renglón. Dependerá de las condiciones. Alguna vez platiqué con un autor, hijo de un próspero político, que les había heredado diversos negocios, de los que se mantenían sus descendientes. Aquel autor podía bien dedicarse a escribir o a la pura contemplación, no vivía del arte ni con él, solo transcurría entre la abundancia de su finado padre y sus manías, lo que a veces terminaba en un libro o no.
Una colega, en la sección de editores independientes una feria de libro, nos preguntaba por qué creíamos en que algún día triunfaríamos escribiendo si no teníamos apellido judío, alemán o libanés ni habíamos nacido en cuna de plata como para dedicarnos a algo tan poco productivo. Eso dolió. Hubo un largo silencio en nuestras mentes y nuestra charla. Yo solo sonreí, aunque ignoro bien el porqué.
La mujer tenía un punto, pero yo tengo una postura más allá de eso. Resulta que los hijos de intelectuales o artistas de renombre pocas veces logran una carrera destacada, en especial si lo hacen fuera de la sombra de sus progenitores. Eso también es triste (punto para los autores pobres).
Entonces, estoy convencido de que no es el talento, ni la inspiración, ni el apellido, ni el origen lo que determina a dónde podrá uno llegar en la literatura, sino el trabajo, la constancia, el estudio, la dedicación, el riesgo, quizás algo de suerte.
Además, ya lo dijo un interesante escritor mexicano: infancia no es destino (Santiago Ramírez dixit), por lo que mi contexto no puede determinar mi destino. Si así fuera, yo sería un obrero obediente en una fábrica y ya ves que no es así. Ojo, nada hay de malo en ser obrero, solo que yo decidí ser otra cosa, en todo caso un obrero de la palabra o esto que soy, sea lo que sea.
Tampoco es que yo sepa la razón de ser tan terco, los genes o los trancazos de la vida me hicieron así, o simplemente es mi forma de enfrentar el mundo. Y no es que mi vida sea perfecta, ahora vivo entre cambios, crisis, deudas, cancelaciones y otros detalles, buenos y malos, pero voy a seguir haciendo libros hasta que se me canse el cerebro.
El último grado de terquedad que deseo alcanzar es la tenacidad, que no se logra nomás por decirlo o escribirlo o pensarlo, sino con acciones concretas de forma sostenida a lo largo de la vida. La tenacidad de una persona se conoce por sus resultados (no por sus planes), así que a chingarle, porque no solo soy artista, terco, loco y joven, sino que además son ambicioso y, no sé tú, pero yo no he terminado. Gracias.
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