Conocí a Mario cuando no éramos escritores. Yo estudiaba letras y él iba a comenzar psicología. Trabajamos en Sams Club Cuernavaca como demostradores de productos. Él venía de Cuautla, yo de Jiutepec. La amistad nació natural. Convivimos cerca de un año, entre días laborales, salidas, fiestas y largas conversaciones. Se guardaba cosas, mientras yo le hablaba de anhelos y desesperanzas. Iba a mis reuniones como el mejor invitado, platicaba con cualquiera, escuchaba con gusto. Daba la impresión de que absorbía todo de su entorno. Su risa era contagiosa, su mirada extravagante, sus manos huidizas, su barba de vikingo.
¿Qué hacía un ser tan curioso como Mario en Cuernavaca?
Era un hombre atento, que podía compartir la amistad de una mujer sin gula ni codicia. Compañero leal y hombre firme, con carácter y cierta ternura, muy probablemente heredada de su madre. Alguna vez nos desvelamos en una azotea cantando, gritando, enamorando a las estrellas, que veloces y fugaces como su vida —ahora lo sé— trataban de enseñarnos algo.
¿Cómo fue que nos hicimos amigos, en qué momento?
Yo pasaba los días aciagos, pero también intensos, de los primeros semestres de la carrera, entre aprendizajes y amores literarios, él andaba por ahí, sin que la vida le debiera nada, con mirada de lince, con voz de mando. Sabía de su linaje solemne, de su sangre intensa, de sus muchas posibilidades. Siempre parecía conocer más de cualquier cosa que cualquiera de nosotros. Mario leía el mundo, las paredes, los árboles, quizás a las personas.
¿Qué tanto viste en nosotros que no te atrevías a contarnos?
Desde el primer momento supe que Mario no tenía límites, quise reconocerme en su aire libre y determinado, yo, que era preso de mis circunstancias, víctima de mí mismo.
¿De dónde sacaste tanta creatividad y entereza?
Mario amaba esta tierra: morelense entre los suyos, siempre supo identificarse con la cultura de la que no solo era parte, también fue representante. No le extrañaba el campo ni le hacía feo a la comida, caminaba por la calle o las carreteras con la seguridad de quien está en casa y solo se mueve entre la sala y él área de juegos.
¿A dónde querías llegar con todo lo que hacías?
Un día no lo vi más, decidió marcharse a donde quiso. Yo seguí en Sams. Hasta allá fue su santo padre a buscarlo, a hablar conmigo, a esperar si volvía. Allá mismo volvió Mario para despedirse de sus amigos, a darme un abrazo y a explicarme que nada había que explicarle al desdichado mundo ni a los mundanos humanos que lo habitan. Libre como el viento, peligroso como el mar. Poco después, quizás siguiendo sus pasos, me hice a la mar de los Montes Azules a buscar mi destino.
¿Hasta dónde fuiste, Mario, y por qué viniste de regreso?
Nos perdimos la pista, aunque estábamos cerca. Leíamos bastante, supongo. Crecimos, dejamos unas poses, aprendimos otras. En uno de sus regresos de Sudamérica vino a la casa y platicamos. Ahí pactamos la edición clandestina de su primer libro sobre Neruda. Él iniciaba en la escritura, yo en la edición. Nadie sabía de nuestra amistad ni lo sabrá nunca, de la complicidad incierta de dos hombres que crecen, como no sabiendo, pero con la ambición de ser y la certeza de intentarlo.
¿Qué fue lo que nos distanció, lo que puso a cada uno en un riel distinto?
Por años coincidimos en eventos, lugares, ferias, gente conocida. Por ahí andaba el hombre haciendo escándalo, provocando, de país en país, de ciudad en ciudad, de medio en medio. Buscaba cortar cabezas e incomodar gente, aunque no sé si lo disfrutaba. Sabiendo que era, quizás buscaba demostrar que podía. Sus andanzas son bien conocidas. Fue, vio y triunfo a su manera; según sé, siempre con la frente en alto. Cada día con un nuevo proyecto entre manos.
¿Por qué la muerte así, sorpresiva, a traición, a mansalva?
Ya no éramos amigos, pero lo fuimos un día. Hoy bebo un trago en tu honor, Mario, un Cavernet, por su puesto, chileno, seco, fuerte. Te mando un abrazo hasta donde estés y te recuerdo con cariño, caramba, pero nunca les contaré de aquella noche en tu casa de Cuautla, de tu esposa, del pisco, de la plática infinita donde resolvimos el mundo, nada de eso. Gracias.