Dos cosas leerás en este texto: la muerte como elemento literario y la muerte como fenómeno humano. Lo primero es útil, necesario, ideal, óptimo, adecuado y todo lo positivo que pueda decirse de algo. La muerte en la literatura siempre será interesante. Recordemos que como autores tenemos que encontrar las historias interesantes para compartirle al mundo —no las banales—, que muchas veces ocupan de, o pasan por, o se ayudan con nuestra querida amiga la muerte o La Muerte o ya de plano, como les gusta a muchos, LA MUERTE.

¿Qué aporta la muerte como personaje o como fenómeno a una obra literaria, digamos a una novela? Mucho, en especial la tensión narrativa que se desprende de ella, o sea, no es tan interesante la muerte o fallecimiento o asesinato de un personaje, sino el porqué, la causa, el móvil, el propósito de su muerte en relación con otros personajes o sucesos. Por ejemplo, en la vida y muerte de un mártir todo cobra un sentido místico, cuando menos religioso. En un magnicidio o asesinato de un personaje público habrá una causa social, política, ética. En la muerte como pasión del hijo de dios hay redención de la humanidad… en fin.

¿Ya ves? La muerte es útil en la escritura de obras. Tanto así, que, si bien no todos, me atrevo a decir que la mayoría de los autores han escrito de la muerte (de, para, con, sin, so, sobre, tras… la huesuda). Difícil, por ello, no usarla como recurso a la hora de pergeñar seres narrativos. Incluso en la poesía, donde la muerte es más bien nostalgia, La Parca está presente en sinfín de versos.

En contraste, digamos, el nacimiento de un bebé, un amor pletórico, la felicidad, el equilibrio, la armonía de los sentidos, la gente que va a terapia y sana, sana, colita de rana, en fin, los personajes felices, esos no son tan interesantes ni literarios. Para decirlo de una vez: aburren. Sí, la felicidad de los personajes es una cosa que fastidia, o que, cuando menos, no atrapa al lector… solo que dicha paz sea interrumpida por algo como… la muerte.

Y no es que uno como escritor sea fatalista o sádico por escribir de la muerte. Creo, en todo caso, siguiendo el curso de esta divagación, que el lector sí es fatalista, dramático, trágico, sádico, brutal y hasta cínico. De otra forma no entendería que le guste tanto leer morir a los personajes de sus obras, incluso si los ama, o a pesar de que los odie.

Quizás también pueda verse a la muerte como un recurso sencillo de usar, porque de por sí la muerte es literaria —casi por definición— artística, estética, poética. ¿No me crees? Intentaré comprobar este planteamiento con una oración más seria: La muerte es literaria porque conmueve a quien sabe de ella. Vas por la calle, ves un accidente, te asomas porque eres un mexicano muy chismoso y ves que hay un muerto ahí, eso llega a tu corazón, te excita y te duele un poco. No lo conoces, pero aquel episodio, el último de su existencia, mueve algo dentro de ti. Su partida afecta tu día, aunque sea por unos minutos.

Ahora que lo pienso, la muerte humana es doblemente patética si es literaria, porque ya el asunto de que un ser de nuestra especie desaparezca y pronto sus despojos sean reducidos a cenizas nos perturba, entonces, cuando lo leemos de la muerte con ciertos detalles podemos tomarnos el tiempo para paladear, incluso disfrutar, del hecho. Además, podemos revivir la muerte de nuestros personajes favoritos cuando lo deseemos, volviendo a las páginas indicadas y volver a sentir la muerte y el dolor o el sufrimiento o la liberación.

Por su parte, hablar de la muerte real me parece aún imposible, porque no la entiendo, me duele, me confunde, me atosiga. No estoy preparado aún para ello. He vivido pocos momentos de duelo por muerte en mi vida, quizás solo me falte entrenamiento, pero me afecta aún más de lo que puedo reconocer y por eso no hablé del asunto. Gracias.

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