Sociedad

Voces profundas (III y final)


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Voces profundas (III y final)


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«La universidad me prohibió ser yo misma. No pude hablar de la sabiduría que conozco, la que viene a mí desde los abismos marinos, de mi vida como cetáceo. Por eso el mar me castigó. Pero no puedo hacer otra cosa, no puedo quitarle esto a Amy y Suny, a su descendencia.

«Scott piensa que la líder en la investigación es Madeleine. Me tengo que ir. Me siento muy mal».

Sólo llamó para decirme eso y colgó. Este era el momento que ya había predicho, en el que no la tomarían en cuenta por su personalidad. Injusto, lo sé, pero así es el mundo. Platiqué con su madre y hermanas; estábamos dispuestos a ayudarla por todos los medios. Tendría que contactar a mis conocidos más importantes. Le enviamos un correo esperando que lo leyera porque las llamadas no las contestaba.

Jessy:

No tienes que abandonar tu trabajo, mereces el reconocimiento. Di la verdad. Encontraremos otro organismo que reconozca lo que hiciste, el fruto de lo que eres, no te des por vencida por favor. Comunícate con nosotros, necesitamos discutirlo. Tus padres y hermanas te amamos y apoyamos en todo:

¡Ey! Ari, no te desanimes, te queremos. Te vamos a ayudar. (Alana)

¡No tires la toalla! Eres una gran científica. (Nadya)

No es la única oportunidad que tendrás. Habla y di que el proyecto es todo tuyo, de principio a fin. (Any)                                                                   

¡Qué mal por Madeleine por quitarte el crédito! Regresa con nosotras. Se nos ocurrirá algo juntas. (July)                                                                                                                         

¡Te extrañamos! Nunca olvides quién eres y la fuerza que tienes. (Beca)

¡Tus ideas son originales! Encontraremos financiamiento en otro lugar. (Mirna)

                                                                                                       Tu familia 

Le enviamos nuestro amor en ese mail. No respondió. Jessy, podía ser muy hermética. Nos preocupaba que actuara de manera impulsiva. Su madre a veces dudaba de su salud mental. Pero si queríamos evitar algo drástico teníamos que ser resolutivos, mandarle ánimos no era suficiente. Necesitábamos presentar opciones viables para que tomara en serio volver; aunque eso iba a ser difícil. Se había fijado un objetivo y no podría lograrlo si permanecía en Florida. Regresar no era opción para ella.

Estábamos vueltos locos, ideábamos estrategias, buscábamos información y nos cansamos de llamarle y que no contestara. Esperábamos que hubiera declinado la idea de ceder el proyecto a la universidad. Sabíamos que podíamos esperar cualquier cosa, Jessy era impredecible.

Pasaron 2,4,6 días, una semana, hasta que por fin llamamos a la universidad. La propia Madeleine atendió la llamada. Dijo que Jessy había entregado todo lo referente a la investigación. Nos contó que Scott le dijo que la probabilidad era del 95% para que ganaran el financiamiento, porque el material que tenían era magnífico. Eso significaba mucho para la conservación de la especie. Pero desde ese día no volvieron a saber de mi hija. Tenían a una suplente impartiendo sus clases.

Un golpe seco entró por mi pecho y me atravesó el corazón. Colgué y de inmediato salí hacia Islandia. En nueve horas llegué al aeropuerto de Keflavic, después conduje seis horas y media hasta Minnibakki, el lugar donde estaba su refugio.

Cuando llegué eran las once y media de la noche. El sitio era espectacularmente intimidante, justo como Jessy lo describió. El fantasma de la brisa marina rodeaba la cabaña y se notaba que la lluvia de las olas la castigaba todo el día. Jessy no contestó. Derribé la puerta a patadas. Sólo la densa atmósfera salina estaba allí para acompañarme. Prendí las luces que eran demasiado tenues y recorrí el lugar con los ojos. Vi una botella de vino en el escritorio junto a un sobre. El sobre tenía una nota en el exterior: “Papá, por favor espera a medianoche para abrirlo. Hazlo en la terraza cubierta; mi lugar favorito para contemplar el mar. Disfruta el vino que elegí para ti”. Esperé como me indicó y abrí la carta. 

Papá:

Sé que estarás molesto conmigo por las decisiones que he tomado. Pero creo que tú fuiste el que mejor comprendió que yo no pertenezco a este mundo, al menos no en esta forma.

El agua salada corre por mis venas, las profundidades me han llamado desde siempre colándose en los sueños. El frío y las tempestades me reviven. Nunca nada hubiera sido suficiente para mí si yo no estaba con mis hermanos, con mis congéneres.

El tiempo humano me queda corto, los límites de este cuerpo me asfixian. Cómo explicarte que los momentos de inmersión en este infinito y helado mar que estás observando me hacen sentir plena, casi plena, porque me sobra esta criatura que soy y me hace existir mutilada.

Regresar con ustedes dictaría el inicio de mi muerte en agonía. Y juro que lo pensé y por poco lo hago. Entiendo que quieren mi felicidad y esta es mi felicidad:

Los aullidos de las tempestades me arrullan, el azote de las olas canta para mí. Allá abajo hay otro lenguaje, el lenguaje de las estrellas caídas en la noche del mar. Un lenguaje que ya conozco leguas abajo, atmósferas por debajo de mí, el de otros significados. Símbolos que circulan líquidos en el espectro cetáceo que vive atrapado en estas ruinas sapiens.

Le pertenezco a este océano celoso y vengativo que me perseguirá vorazmente si lo abandono de nuevo. Soy un pedazo de él extraviado en la superficie. Me duele la vida aquí, arriba, en el aire que me arde hasta el llanto.

Me equivoqué, nadie puede arrebatarle nada al mar, nunca; la voz sigue siendo mía, de él. Este océano es el monstruo más temible que existe, y su muerte mecida es mil veces más bella que deambular en el mundo exterior.

Allá abajo hay galaxias, infinitos. Allá abajo bailo sin los márgenes de la piel. Mi bestialidad está a salvo y la soledad silenciosa es la conciencia que me libera.

"Ojalá que el traje de neopreno y los tanques de oxígeno desaparecieran". Eso es lo que pienso cada segundo que estoy con los delfines, y los envidio tanto, y los amo tanto. Ojalá yo desapareciera y me integrara a las olas, a su espuma, a los reflejos del agua sobre la piel de mis delfines. La vida de uno de ellos vale más que el de toda la humanidad; ya no quiero ser parte de esta especie.

Nací humana para ser efímera, para cumplir un objetivo. Los delfines somos eternos, aunque nos maten.

Te dedico lo bueno que pude haber hecho en mi estancia aquí. Dile a mamá y a mis hermanas que las amo.

Todas las noches vendré a jugar con los delfines a este rincón del Atlántico para saltar entre las furiosas olas de la alta marea. Siempre a esta hora y en esta temporada, tendremos una cita tú y yo.

                                                                                            Tu sirena. 

 

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Arquitecta, escritora, diseñadora, amante de los animales, la naturaleza y la aventura.

Dayan Casaña

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