Escribir no cansa, digamos, no se considera de esas actividades cansadas de por sí, como cargar ladrillos, caminar todo el día u otra cosa física. Escribir, es, muchas veces, más bien reconfortante, porque permite desfogar lo que uno lleva dentro o porque el simple hecho de terminar un escrito da cierta paz.
Vivir es cansado, en muchos sentidos, sobre todo si uno tiene cierta ambición de vivir. Desde levantarse hasta llegar a la cama, la jornada diaria puede ser fatigante, en especial, cuando haces de todo un poco, como estudiar, dar clases, trabajar en algo, atender a la familia, lavar trastes, resolver lo que va saliendo.
Por temporadas he vivido esforzado y activo, pero también he osado relajarme mucho y descansar, viviendo con el mínimo esfuerzo, reduciendo mis actividades para eficientizar la energía.
Ahora he renovado mis votos con la vida adulta, ja, me encuentro estudiando un posgrado y desarrollando otras actividades, propias del oficio, que me mantienen harto ocupado día tras día. Además, la familia, claro. La verdad, estoy contento. Te digo que estoy cansado, pero no deprimido, quizás un poco triste por cierto asunto que se sale de mi control, pero también entusiasta y enfocado.
Pasa que después de la pandemia y mi vida sedentaria, ahora me encuentro más activo que en mucho tiempo, soy como un niño que vuelve al kínder, que llora y patalea un poco, se cansa y no quiere ir a la escuela de la vida, pero allá voy, pian pianito, retomando el ritmo para alcanzar mi mejor nivel.
Si escribir no es cansado, pudiera parecer que es fácil; nada más lejos de la realidad, ya lo he dicho antes: escribir no es fácil ni sencillo. Y sí que hay un cansancio asociado con escribir, aunque, insisto, es una fatiga moderada, llevadera, incluso satisfactoria, porque pocas cosas más bellas que hacer arte.
Entonces, escribir cansa, pero no mucho. Al escribir libero mi energía, más bien la renuevo, porque retomo ideas, pensamientos, anécdotas y me revuelco en el lenguaje, de forma que lo disfruto y lo ejerzo con honor. Me canso de estar mucho tiempo sentado y quizás los brazos se adolecen un poco, pero nada de qué preocuparse.
Quizás es más cansado leer que escribir, o estudiar, o investigar. Preparar una exposición en Power Pint puede ser tedioso, incluso, pero esas son actividades no creativas, más bien escolares, académicas. Por su parte, dar talleres, cursos o clases me cansa, claro, como pocas cosas, quizás porque también me apasiona y le echo mucha crema a mis tacos.
Ahora, la combinación de las actividades de este dramático escritor, es decir, la suma de todas, sí resulta a veces fatigoso, hasta penoso, pero, ya que lo digo, pues vale la pena, porque son objetivos que yo mismo me he planteado, decisiones que he tomado y riesgos que asumo.
Vivir cansa, sobre todo vivir de veras, no la vida loca, sino la vida adulta, responsable, interdependiente y fascinante que he podido soñar y activar.
Soy ambicioso, lo quiero todo: casa, familia y sustento; oficio, vicio y beneficio; fama y fortuna; gloria y misterio; inspirar y trascender. Ya ves, sí es cansado, pero gozoso. Ahora mismo me duele el brazo izquierdo, tengo sueño y quiero tirarme a la cama, mas no lo haré, seguiré mientras pueda.
No soy un workaholic, puedo llegar a serlo, y eso está claro porque mi vida no es solo trabajar, también incluye disfrutar. Así que conviene agarrar la agenda y aferrarme a ella para planear, organizar, sí, sí, orden y estructura para vivir y trabajar mejor, con resultados, pero reduciendo los malestares del trabajo, la edad y otras manías.
Y es que la disciplina no se alcanza per se, ni se nace con ella, hay que construirla de forma autónoma, autodidacta, autoobligatoriamente, pues. Todo depende de los propósitos, las metas, los objetivos y la terquedad le ponga a mi cotidianidad.
Porque desde pequeño aprendí que el hombre no es lo que es solo por lo que es sino por lo que quiere ser. Y allá voy, a seguirle, sin Yolanda, Maricarmen, que en este camino yo solo me puse y voy bien acompañado.
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