Sociedad

Gigante


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Cuando era niño en mi casa vivía un gigante, paseaba por las habitaciones, cantaba en la ducha, plantaba árboles en el patio, contaba cuentos desde el pasillo, tenía una voz tan ancha como su espalda, cocinaba frijoles con longaniza, era dicharachero, tenía un estilo propio para hacer cualquier cosa.

Era un ser todopoderoso, lo mismo construía locales, que arreglaba un auto, convencía a la gente de hacer algo, se defendía a gritos o golpes. Era capaz de cruzar las más grandes avenidas, vencer a cualquiera en el ajedrez o las damas inglesas, disfrutar los partidos del América, sus poderosas águilas, bailar o conducir una nave espacial.

Hacía cosas impresionantes, porque así era su presencia. No pocas mujeres lo veían con deseo, muchos hombres con respeto y admiración, los niños como un ser amable, gracioso, con alguna nota de risa o de alegría, cuando menos, al hablar.

Yo era feliz de su mano o cargado en sus brazos, aunque esto lo recuerdo poco. Sé por fotos que amaba cargar a sus hijos y olerlos como si fueran tamalitos recién salidos de la olla. Por décadas lo vi cargar bebés en sus brazotes morenos y arrullarlos como el gigante amable que fue. Incluso a sus nietos los apapachó a su modo.

Cuando era niño, él acariciaba mi cabello lacio, y yo simplemente me sentía seguro, tranquilo, amado, perfecto, en paz con el mundo. Me sentaba en la sala, cerca del coloso y me arrimaba hasta su manaza. Él me veía desde su altura y me acunaba, acariciaba mi cabello con calma.

Era tan grande, tan vasto, tan gigante. Yo lo veía desde mi infancia, en mi pequeñez. De grande quería ser como él y hacer lo que hacía, a pesar de que no sabía bien quién era ni a qué se dedicaba exactamente. Trabajaba en un banco, sí, pero yo creía que era el funcionario más importante del universo.

Cuando se aparecía por mi escuela, todos lo veían y comentaban. Llegaba con sus trajes planchados, sus corbatas, sus zapatotes boleados, su aroma de triunfo, sus modos empáticos y ese aire de suficiencia que nunca desapareció en él. Daba la impresión que era capaz de hacer lo inimaginable, siempre con base en unos principios sólidos y claros.

Del gigante aprendí yo tanto, lo qué hacer y lo qué evitar, aunque también debí hacer acopio de mis propias experiencias, errores, placeres y sufrimientos. Compartimos varias veces el destino, igual los desatinos, el canto, la comida. Nos contamos cuantas historias pudimos.

El gigante algún tiempo perdió el rumbo. Yo lo saqué de mi vida y traté de olvidarlo, sin éxito. Él volvió con amor, perdón, risas, experiencias y más tacos. El gigante y yo nos compartimos, entonces, dolores y reclamos, vacíos y heridas de la infancia. Nos abrazamos fuerte, ya era él menos gigante y yo bastante menos chico. Se convirtió en mi lector, mi fan, mi motivador, en mi mejor amigo.

Supo regresar sus pasos y buscar a su sangre, retomar su paternidad fallida y con la metamorfosis que permite el amor puro levantó el rostro de nuevo y fue el mejor papá del mundo. Compartimos momentos, reconstituimos la memoria, cerramos las heridas, honramos los dolores, compartimos los aprendizajes y reímos juntos.

Era un gigante bueno, ayudaba a quien podía. No fueron pocos los que recibieron su bondad. Para muestra un botón, como dice Carmen, que al partir no se llevó nada. No dejó nada en el cajón, no se guardó para sí una cosa ni un buen momento, todo lo compartió. El gigante se entregó, con su fuerza, a los demás, desde sus formas y sus ideas, con sus manías y sus defectos. Fue un gigante real, humano, con luz y sombra, ambas poderosas energías, siempre mirando al frente.

Ya se fue mi padre, ese gigante alegre, a veces triste. Se va a donde su padre lo espera desde hace medio siglo, donde mi abuela lo recibirá con un beso y comida, donde yo seguramente lo alcanzaré un día. Gracias, papá. Gracias, don Agus, por ser, por estar, por reír, por volver, por tu amor, por tu luminosa presencia, que hoy será una ausencia de paz y de amor. Buen viaje, mi viejo. Te amo.

 

#danielzetinaescritor #unescritorenproblemas #fallecemipapá

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Daniel Zetina

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