La certeza es “Conocimiento seguro y claro que se tiene de algo” (RAE, 2023). La certeza, lo cierto, es contrario a lo incierto, o sea, aquello de lo que se duda. Alguna vez dije que el sentido común es un estado de certeza cotidiano, debe serlo, porque el sentido común es aquello en lo que todos podemos estar de acuerdo, sin margen de error (o con muy poco, para no ser absolutistas).
Ahora divago, lo que comprueba que ensayo, evidencia de que pienso, sobre todo de que me planteo ideas nuevas, asociaciones semánticas que transcurren en mi cabeza a veces en una plática con alguien (como ahora, porque esta columna nació de noche platicando con una amiga). Pienso, luego, existo, lo que se demuestra cuando publico.
No siempre sé perfectamente a dónde voy con un ensayo (esta columna), porque de eso se trata también el género, de cierta digresión (lo que yo comprendo arbitrariamente como divagación dirigida), con el propósito de empujar a mi mente a nuevos estadios, no del todo reales, cuando menos verosímiles, plausibles, realizables u otros -ibles. Pensar no mata, ni enferma, está claro.
De acuerdo con la teoría neurosintérgica (doctor Grinberg dixit), “El estado de certeza es la vinculación que hay con el Espacio Sintérgico que nos ayuda a obtener información que nosotros llegamos a requerir o querer conocer” (https://neurosintergia.com/estado-de-certeza/). Es arriesgada la definición, la teoría misma y no voy a profundizar en ella. Solo me quedo con que de alguna forma podemos acceder a al conocimiento que nos lleva a la certeza, en algún grado.
Por otra parte, el riesgo supone un peligro para alguien o algo. Lo que me pone en riesgo como humano es aquello que podría dañarme, con todas sus ventajas y desventajas. Y esto porque somos seres contingentes, es decir, sobre nosotros pueden (o no) ocurrir acontecimientos, fenómenos, considerados desfavorables en caso de ser riesgosos. Digamos: voy a una ciudad y existe la posibilidad de que me asalten, pero igual de que no pase. En una medida, nuestra vida es consecuencia del azar (causalidad, diosidencias). Somos contingentes, es decir, la vida sí es riesgo.
¿Son el estado de certeza y el estado de riesgo opuestos? No desde nuestro enfoque contingente, porque podemos estar seguros de que algo malo nos pasará y que no ocurra; o viceversa, que sepamos que algo no debería ocurrir pero que pase. El análisis de este campo semántico (certeza-riesgo-contingencia) complica sacar una conclusión. Sigamos: la vida es un riesgo, aunque podemos tener certeza de muchas cosas (obtenidas de la cotidianidad o del espacio sintérgico o de donde queramos), pero todo ello es contingente, posible.
El estado de certeza, quizás, es como una tabla de salvación en el naufragio de vivir la vida loca; el riesgo es aquello que nos motiva a movernos (miedos, impulsos, adrenalina); la vida es la posibilidad de vivir una oportunidad entre el riesgo y la certeza. Suena complicado, tal vez innecesariamente barroco. No sé, me levanté hoy con estas ideas. Insisto, no es concluyente, solo es un ensayo, algo abierto, arriesgado.
¿Pero a qué viene todo esto? Mi reflexión previa (antes de escribir los párrafos anteriores) es que el arte es un estado de certeza y de riesgo al mismo tiempo. Como artista avanzo con paso firme, obteniendo de la experiencia humana y de la divinidad aquello para sublimar y convertir en piezas artísticas; a su vez, hacer arte es un riesgo total: puede ocurrir algo desagradable con el arte, o pasarme algo malo en mi vida por hacer arte, también puede ocurrir que todo salga mal o que de plano nada ocurra (certeza y riesgo)… pero igual tenemos la posibilidad de que todo funcione.
Vivir en el arte es así: la seguridad del riesgo, el riesgo seguro, la vida que fluye entre espinas y rosas, con todo lo patético junto, como una sola posibilidad. Ignoro cómo sería vivir la vida de una persona no artista, porque de pronto creo que desde niño he sido así; es más, estoy seguro y mi paso por la contingencia así lo demuestra. Aunque nunca dije que fuera malo, solo que es una condición particular, como la puede tener cualquiera, no sé. Tal vez solo desvarío. Y tú, ¿qué pensaste hoy al despertar?
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